Texto y fotos: Luis Andrés Soto
Madrugadores, sociables y comerciantes, son sólo algunas de las características que definen a los trabajadores de las ferias libres de la ciudad de Rancagua. No sólo abastecen a cientos de hogares, sino que también se han transformado en parte del paisaje urbano tradicional.
Desde 1970, cuando se fundó la “Feria Libre de Rancagua”, que la práctica viene creciendo en la ciudad histórica. En la actualidad, las ferias se constituyen prácticamente toda la semana –con excepción de los días lunes– y en distintos sectores.
En ellas es posible encontrar una amplia gama de productos, desde verduras como tomates, cebollas o choclos –ideales para las siempre ricas humitas–; pasando por frutas de la estación como melones y sandías; hasta la mejor ropa americana y juegos de video. Todo esto, siempre acorde a los gustos de la señora, el caballero e, incluso, el regalón de la casa.
Ni siquiera el peligroso sol de verano parece amilanar a los itinerantes locatarios, quienes todo el año comienzan su día desde muy temprano, sin importar el calor de la temporada estival o el frío del invierno.
Un ejemplo de trabajo, durante treinta años ha sido Margarita Ahumada, quien con un puesto de verduras debe levantarse a eso de las 4:30 de la madrugada para abastecerse de los productos que posteriormente venderá en la feria. Ella está conciente de lo difícil y esforzado que es su oficio, pero sabe que esa afanosa rutina es su única fuente laboral. Si bien las ganancias en este negocio no son estables, tampoco es sencillo desenvolverse en el mundo de la feria, pues “no es fácil llegar y comenzar, porque uno tiene que hacerse de ‘caseros’ que posteriormente comprarán más seguido. Lo principal es saber atender a la gente”, advierte la señora Margarita.
De todo y para todos
Los mariscos no se quedan fuera de este mundo. Tomando el legado de su padre, Nicolás Díaz también madruga para proveerse de los productos del mar más frescos. “Lo que más se consume es la pescada, almeja, choritos y reineta. Congrio, corvina, no se venden mucho porque se conocen poco”, cuenta Díaz.
Asimismo, también hay otros comerciantes que ven en diversos productos una oportunidad para el negocio. Es el caso de don Roberto Leiva, quien con una vasta trayectoria en ferias, se ha dado cuenta que el secreto está en ir cambiando los productos de acuerdo a la temporada.
Leiva vende desde un calendario hasta herramientas y artículos de jardinería. En su local, que bien pareciera una ferretería ambulante, nos cuenta que su jornada laboral no sólo se limita a la comuna de Rancagua, sino que también sale en busca de nuevos horizontes como ferias en Requinoa, Quinta de Tilcoco y Graneros.
Todo un hombre de familia ya con trece nietos, don Roberto advierte que las ferias donde hay ganancias más estables son donde vive la gente más pobre, ya que “en sectores más pudientes la gente siempre pide que le hagamos un precio o buscan lo más barato”, aclara el comerciante.
Joan Franco es otro feriante que se aleja de la venta de alimentos como frutas y verduras. Lo del es la venta de productos de fábrica que él mismo viaja a Santiago para abastecerse. Hoy por hoy, lo más vendido son las sombrillas y los gorros para protegerse del calor que acecha a los rancagüinos por estas fechas.
Su historia comenzó hace veinte años, cuando falleció un locatario a quien él solía ayudar. De aquel entonces, comenzó su gusto por el comercio y el trabajo en las ferias libres. Franco ofrece innovadores productos que son de gran ayuda para las dueñas de casa, desde cuchillos, teteras hasta ollas de la mejor calidad.
En el corazón de Rancagua
El impacto social de las ferias no es menor en la comuna, ya que el contacto con el cliente y la conversación diaria se transforman en un sabroso condimento para los visitantes de estos negocios itinerantes. La principal clientela corresponde a personas de la tercera edad, pues “hay abuelitas solitarias que esperan el día de feria para poder salir y conversar con gente, también les traemos compañía y alegría”, según comentó la feriante María Gutiérrez. Si bien la señora María considera que su trabajo es muy esforzado, sí destaca la tradición y el bonito legado que se hereda a los hijos y posteriormente a los nietos.
Las ferias constituyen una valiosa instancia de conversación entre los “caseros”, por lo que no es difícil identificar las principales características de su gente. Más allá de las especias, de los huevos, de la harina tostada, de las frutas y de las verduras, es posible darse cuenta de lo importante que es para muchas personas el ir a comprar a la feria. En ella se plasma el esfuerzo diario de cientos de locatarios anónimos, así como la tradición de trabajar duro para ofrecer los productos más frescos y baratos al resto de la ciudadanía.