– En paupérrimas condiciones laborales, los pirquineros de Chancón extraen los minerales desde el corazón del cerro. Muchos de ellos ni siquiera cuentan con las mínimas condiciones para desarrollar sus funciones en forma segura. El Rancagüino conoció su realidad y éste es el testimonio.
Por: Tania Arce Saavedra
Fotos: Marco Lara
“La mina nos da comer y por eso no podemos temerle. Hay que enfrentarla porque necesitamos de ella”. Con estas palabras los mineros de los pirquenes del sector Chancón justifican las paupérrimas condiciones en que llevan a cabo sus faenas diarias. Inquietos por la situación que viven miles de pirquineros en todo Chile, decidimos ayer martes, salir en busca de esos pequeños piques y minas, donde cada día estos hombres de casco y bototos, entregan su vida para extraer desde lo más profundo del cerro, los minerales que hacen de Chile un país próspero.
Cuando pensamos en la minería del cobre, se nos viene a la mente una gran empresa, donde se respetan los derechos de sus trabajadores, donde la certificación les obliga a entregar los más sofisticados elementos de seguridad y donde los sueldos se condicen con la producción y el valor de ella. Pero, la mayoría de los chilenos ignora la otra cara del denominado “sueldo de Chile”.
Hace casi dos semanas 33 mineros de la empresa San Esteban quedaron atrapados en la mina San José, en la tercera región. Miles de millones de pesos se han gastado en su rescate y hasta ahora ni siquiera se ha logrado tener contacto con ellos y menos establecer si aún están con vida. Este accidente puso en alerta máxima a las autoridades sobre las condiciones en que laboran miles de trabajadores de la pequeña y mediana minería de nuestro país.
Los pirquenes de Chancón
A poco más de 7 kilómetros del centro de Rancagua está el sector de Chancón, lugar donde conviven la agroindustria, la pequeña agricultura y la minería. Aquí también se escriben capítulos de la vida de estos hombres que para conseguir cinco gramos de oro deben extraer una camionada de piedra bruta.
Pasadas las once de la mañana estaban en plena faena. El camino se torna difícil, y más aún cuando en cada pequeño callejón hay un letrero que dice “peligro, mina en explotación prohibida la entrada”. Al fin llegamos a un lugar donde era posible acceder. Una especie de callejón y a cada lado una faena. Logramos conversar con uno de los trabajadores. Era un hombre de 40 años aproximadamente, vestía ropa que distaba mucho de ser de seguridad. Sin embargo en el lugar destacaban los letreros que indicaban el uso obligado de ésta implementación. Su casco no tenía luz y sus botas—de agua— estaban en pésimas condiciones. Nos contó que llevaba no más de once días trabajando en ese pique; que su patrón estaba muy ocupado y que por eso no le ha podido entregar implementos óptimos; que lleva más de 22 años trabajando en ese rubro y que no gana más de 350 mil pesos mensual. “La mina me da comer” nos dice, “y prefiero no tenerle miedo”. Luego nos indica el acceso a un pique abandonado relatándonos el grave accidente que hace un par de años casi le costó la vida. “Me cayó una piedra de 500 kilos sobre mi cadera y pierna derecha. Me llevaron a un médico particular, no a un hospital. Creo que porque iban a preguntar las razones del accidente y ellos no tendrían los papeles al día” dijo. Le preguntamos por sus botas de agua, a lo que nos dice que eso es lo que tiene. “Yo trabajo con mis implementos porque el jefe no ha entregado aún los que debemos usar. Acá adentro hay harta agua y ellos dicen que los bototos no sirven para estas faenas”. Su casco está en pésimas condiciones y de acuerdo a lo que pudimos investigar, sí existen botas con punta de fierro para evitar que una piedra o roca que caiga sobre sus pies le hagan un mayor daño. También existen zapatos de seguridad semi impermeables, los que darían una mayor seguridad a la hora de enfrentarse a un derrumbe o tener que arrancar. Este minero es oriundo de San Felipe y nos señala que siempre que cambia de empleador anda con sus implementos propios porque éstos —los empleadores— demoran mucho en entregarles el definitivo. “A veces terminamos las faenas y no nos llegan las cosas” dice este hombre. Luego nos indica cómo llegar al campamento contándonos que en ese lugar les dan la comida y el alojamiento. “Nosotros trabajamos 11 x 3, y cuando bajamos aprovechamos de hacer trámites, estar con la familia y muchos no vuelven porque encuentran algo mejor” pero él se considera un minero de corazón, no se ve en otra labor.
El minero se aleja de nosotros con su carretilla y caminando con dificultad debido a las botas de agua, no aptas para esas labores. Nos acercamos al pique que hacía minutos el hombre nos había mostrado. Logramos adentrarnos por esa especie de cueva. Al poco andar nos encontramos con un montón de roca que obstruía el paso. Concluimos que en el lugar hubo un derrumbe, hecho que fue corroborado por los pirquineros de una mina cercana. En el interior el silencio se convertía en una especie de estruendo que venía desde el corazón mismo del cerro. Los mineros siempre dicen que la mina está viva y que por eso hay que respetarla. Ese ruido nos dijo que debe ser verdad. Luego de reflexionar sobre los relatos del hombre de las botas de agua, continuamos nuestro camino, y nos dirigimos hacia la mina El Inglés. Los rumores nos decían que esa planta será abierta próximamente, hecho que pudimos corroborar.
El Inglés fue cerrado hace más de dos décadas, pero hoy está funcionando en forma parcial. Aunque de acuerdo a fuentes cercanas a la empresa Explodesa, esta será reabierta en forma definitiva, por lo que ya se está trabajando en la limpieza de los antiguos escombros, así como también en el levantamiento de un nuevo campamento. Por el lugar ya transitan camiones y el oro, la plata y el cobre extraídos, según los trabajadores, es trasladado hacia Ventanas, en la quinta región donde se procesa para ser vendido finalmente a los mercados internacionales. Esto no sin antes pasar por la planta que realiza el chancado en el sector, y que estaría a cargo de la Empresa Nacional de Minería, quien compra finalmente el mineral.
“No hay que cerrar las minas, hay que subsidiarlas para que funcionen mejor”
Así lo señala Luis Becerra. Este pirquinero hace más de 30 años que se dedica a la minería y según cuenta, su hijo también ya ha comenzado en el mismo rubro. El hombre acusa una despreocupación del Estado ante la condición en que hoy se lleva la minería menor, señalando que “en Chile se debería fomentar al pequeño minero implementando subsidios para mejorar las condiciones de estos trabajadores. Entregando además fondos para mejorar la seguridad así como también la productividad”. Becerra cuenta que cada año se les asigna un millón y medio de pesos para la implementación de nuevas faenas. Ese dinero les debe alcanzar para arrendar maquinaria, comprar ropa de seguridad, asegurar la alimentación de los trabajadores, adquirir explosivos, y una serie de insumos. “Además esa plata la entregan en forma parcializada y yo gasto más si voy a comprar una pala a que si voy por diez” dijo el minero. Está conciente de que ese subsidio es voluntario, “pero podría ser mejor —dice— invertir en la minería es el mejor negocio para el Estado. Imagínese si un trabajador en pésimas condiciones laborales logra producir un camión de mineral en el mes, uno bien implementado y con mejores insumos podría producir cinco. Eso refleja la buena inversión que significa la minería” afirmó Becerra, quien cree que no se debería pensar en cerrar las minas, “sino más bien se debe fomentar la apertura de nuevos niveles—dice— Los de Sernageomin debieran ser menos castigadores. Ellos debieran limitarse no sólo a fiscalizar, sino además a calificar los niveles de puntos de explotación. Deben cambiarse los puntos mineros. Esos niveles que están dañados ya sea por humedad o porque los terrenos son muy frágiles se debieran cerrar y abrir nuevos” advirtió el pirquinero. Asegura que el problema de la inestabilidad en los trabajos de pirquenes radica en que hay muchos yacimientos de gran ley en mal estado y no se construyen niveles nuevos. “Antes se hacían bien las cosas, pero hoy el trabajo es poco prolijo y por llegar luego a la veta hacen las cosas al lote, ocasionando derrumbes y accidentes” agrega. Advierte que otro de los problemas que deben enfrentar es la falta de créditos. Para optar a un préstamo de Corfo hay que tener patrimonio, es más difícil que conseguir un crédito en el banco. “Y esto es para beneficio de todos los chilenos”.
La tragedia del norte
Este hombre de 49 años se emociona cuando le preguntamos sobre su opinión del accidente de la mina San José. “Yo creo que somos los viejos mineros quienes sabemos cómo llegar a ellos— toma un lápiz y dibuja en el suelo un plano de la mina San José— A mi me hubiese encantado ir con mi equipo a trabajar en el rescate. Siento impotencia con lo que está pasando. Pienso en mi hijo, en tantos mineros que conozco. Es lamentable lo que acá sucede. Yo estoy disponible y se que muchos más lo están” finaliza Luis Becerra.
La respuesta de la autoridad
Ante la realidad descrita, El Rancagüino intentó conocer la posición de la autoridad respecto a este tema. Trabajadores que realizan sus labores sin las mínimas medidas de seguridad y subsidios que son ínfimos para las necesidades del sector. Sin embargo no fue posible conocer la opinión del Seremi del trabajo, Juan Cristóbal Silva, quien si bien es cierto adelantó su preocupación por la situación, no entregó una opinión clara al respecto.
En el caso de la autoridad minera, no fue posible ni siquiera establecer comunicación con la Coordinadora de Políticas Mineras, María Loreto Barrera. Así como Tampoco con el subsecretario de esta cartera Pablo Wagner.
Del pirquén a la tierra
Raúl Díaz creció entre rocas y explosivos. Dice que en un balde lo echaban para ir al corazón de la mina. “En muchas oportunidades estuve a punto de tener accidentes. El trabajo era muy arriesgado, pero antes las galerías estaban mejor hechas. Los viejos eran muy cuidadosos para construirlas. Las hacían derechitas” dice este hombre de 74 años. Hoy se dedica a la agricultura. Cuenta que un hermano trabajó siempre en el rubro minero y que fueron muchos los accidentes que debió presenciar a lo largo de su vida. “La vida siempre ha sido muy difícil para los pirquineros. Planchones, pedazos de cerro. A muchos los pillaban los disparos, las guías. A pesar de eso acá no es tan terrible como en el norte” dice con nostalgia. “Los mineros antiguos trabajaban seguros porque las chimeneas eran parejitas, eran muy prolijos, ahora hacen todo al lote. Les importa tiempo y cantidad, no calidad. Quieren ganarlas todas y perder nada, ese es el problema, quieren llegar al corazón de la mina haciendo las cosas mal. Son muy avarientos”. Así se refiere Díaz a los empresarios que explotan los piques ubicados a menos de quince minutos de Rancagua. Hoy tiene una parcela en el sector de Chancón y asegura que el trabajo del campo es mucho más gratificante. Cada día ve como transitan por el sector los camiones provenientes de las empresas mineras. Y cada día también sabe de la difícil vida que llevan los pirquineros del sector—la que a su juicio— “poco ha cambiado en 60 años”.