CÓMO SE IMPRIME LA HISTORIA
Desde que Gutenberg inventó los tipos movibles que, entintados y “presionados” contra un papel, constituyeron una primitiva imprenta, la historia del mundo comenzó a quedar IMPRESA. Los tipos, la tinta, el papel y la “prensa”, fueron, desde entonces, los elementos materiales para “imprimir”.
Pero nada se obtendría si esos tipos, tinta, papeles y prensa permanecieran inmóviles. Necesitaban a alguien que ordenara los tipos pacientemente, batiera la tinta y la esparciera sobre los tipos, colocara el papel y manejara la máquina que haría la necesaria presión. Ese alguien era el prensista recibiendo órdenes del “impresor”.
Cuando Johannes Gutenberg, en 1450, hace 560 años, imprimió una hoja de papel en una operación que podía repetir muchas veces, seguramente no se dio cuenta de que se había convertido en el primer impresor de la historia. Además, era el primero que comenzaba una nueva era material-intelectual para la humanidad.
Más de cinco siglos tuvieron que transcurrir antes de que Joel Moraga Orellana, un joven copequenino (nacido en Copequén, Región del Libertador O’Higgins” ) se convirtiera en “imprentero”, sin darse cuenta que cuando de su primera prensa salió la primera hoja impresa, había comenzado un nuevo y trascendental capítulo de su propia historia y que a través de sus experiencias como “impresor”, podía entregar una versión histórica del mundo que lo rodeaba.
Así, Joel Moraga se transformó en editor. Por sus manos y por sus máquinas comenzaron a salir libros y más libros. Ahora, en páginas impresas, de “su libro”, nos revela su descubrimiento de que la industria gráfica, no se limita a “transformar materias primas en productos terminados para ser consumidos o usados”. Tiene además “un valor agregado” muy especial, en los libros, revistas, periódicos, que son portadores de ideas, sentimientos, reflexiones y utopías, que pueden interesar o interpretar a quienes disfrutan de los tesoros del pensamiento humano y que un estudioso escribió y un artesano imprimió”.
De esa reflexión debe haber nacido la feliz idea de recoger en un libro sus experiencias de “38 años imprimiendo historia”. Historia personal, hogareña, local, nacional y aún internacional. Porque de todo hay en casi dos centenares de páginas, con subtítulos que narran hechos, acontecimientos, episodios de su vida de editor y gran número de nombres, algunos de ellos famosos, que conoció en su profesión.
Como para entrar en materia, en el primero de los relatos “Los libros del Presidente”, comienza contando los avatares que sacudieron a Chile en septiembre de 1973. Notas coloridas salpican los relatos, como el recuerdo de “errores de imprenta” que, según sabemos todos los imprenteros, son obra de duendecillos traviesos que habitan invisibles en todos los talleres.
Rancagua y el Mineral de El Teniente son el telón de fondo de algunos capítulos, como lo es, naturalmente, el pueblo de Copequén, que debe haber infiltrado a Joel, en su nacimiento, una buena provisión de confortante agua mineral en su sangre. Así me pareció cuando leí su primer libro con la historia de esa tierra.
Quizás por mi calidad de imprentero periodista por más de 70 años, he disfrutado con la lectura de este libro. Los que estamos en la profesión de las Artes Gráficas, no podemos negar que nos circula en las arterias y venas, sangre mezclada con tinta de imprenta.
HÉCTOR GONZÁLEZ VALENZUELA