Tenemos que situarnos en la década los años 1920 al 30, para añorar las Navidades de mi infancia, en Rancagua, cuando aún no se conocía aquí al Viejito Pascuero, ni se colocaban en las casas arbolitos, ni guirnaldas eléctricas y otros adornos navideños. En los nueve días anteriores se rezaba la “Novena del Niño” en torno al Pesebre que recordaba el de Belén y los niños rogábamos al Niño Dios, para que nos trajera un juguete. En los hogares “se armaba” un pequeño pesebre.
También en ese mismo lapso, se rezaba la Novena en las iglesias. En cada templo se construía un gran “nacimiento”, rodeado de las figuras de la Virgen María, San José, los pastores con sus ovejas y otros animales, y los Reyes Magos con sus camellos. Al centro, el Niño Jesús en su improvisada cunita de paja.
A los niños, nos llevaba la mamá a recorrer las tres iglesias católicas que había en Rancagua: la Parroquial (actual Catedral), la de la Merced y la de San Francisco. No había otras. Existía una especie de sana rivalidad entre ellas para presentar el pesebre más bonito. Y la gente daba su veredicto sobre cual consideraban el mejor. Para los niños era maravilloso repetirse y ver una y otra vez esos “nacimientos”.
En la Nochebuena, se cenaba un poco más temprano que de costumbre, para ir después a la Iglesia, en familia, a la Misa del Gallo, que finalizaba a la Medianoche con alegre toque de campanas, pitos y coros cantando Villancicos, que celebraban la llegada del pequeño Jesús.
EL REGALO
Venían después los momentos más esperados. Teníamos que acostarnos y dejar los zapatos al pie de la cama. Luego, tratar de dormirnos lo antes posible, para despertar temprano en la mañana. Se hacían pactos entre los hermanos para que el primero que despertara alertara a los otros.
Apresuradamente saltábamos del lecho a pie pelado en busca de los zapatos. ¡Siempre estaban allí, al pie de la cama, pero sobre ellos, un paquete que contenía el anhelado regalo. Las niñas recibían generalmente una muñeca, o un juego de té, o una cocina de juguete. Para los varones había una pelota de goma, o un pequeño palitroque, o un carretoncito de juguete. Corríamos a mostrarles al papá y a la mamá el regalo recibido. Ellos los miraban y los tomaban con interés y caras de asombro.
La mamá nos hacía, enseguida, dar gracias al Niño Dios por el regalo que nos mandaba. Todos quedábamos felices!… ¡Así era nuestra hermosa y sencilla Fiesta de Navidad!…