En 1938, el Papa Pío XI trasladaba a la diócesis de Valparaíso a Monseñor Rafael Lira Infante, primer obispo de la Diócesis de Rancagua. En su discurso de despedida, con la elocuencia y emotividad que le eran características, el Prelado recordó que en la diócesis de la Santa Cruz de Rancagua, se celebraban tres grandes solemnidades religiosas: Santa Rosa de Lima, (30 de agosto, en Pelequén) San Judas Tadeo, (28 de octubre, en Malloa) y San Francisco Javier. (3 de diciembre, en Peralillo) Aunque la fiesta de San Francisco Javier no mantuvo la fuerza de hace 80 años, esas celebraciones se han visto más que duplicadas. Cobró vigor la solemnidad de Ntra. Señora de la Merced, en Alcones, cuya parroquia data de 1894. Cada vez más concurrida se ha mantenido la fiesta de San Andrés Apóstol. (Ciruelos, con su parroquia fundada en el 1778.) De la misma fecha es la parroquia de Paredones cuya celebración de Nuestra Señora de las Nieves (5 de agosto) es todo un acontecimiento religioso y comunitario. Una celebración que congregaba solo a los lugareños es hoy una manifestación extraordinaria de fe en el Santuario de la Purísima Concepción de María (8 de diciembre) en Puquillay, Parroquia de Nancagua. (1770) En la Provincia de Cachapoal, comuna de Graneros, el Santuario de la Purísima de La Compañía comienza a insinuarse como centro de peregrinación y devoción masiva hacia 1945. Como es sabido, La Compañía fue centro misional jesuita durante la Colonia hasta que la Orden fue expulsada de todo el imperio español por orden de Carlos III en 1767. La Hacienda La Compañía fue adquirida por D. Mateo de Toro y Zambrano en 1778 pagando por ella cien mil pesos oro. Las últimas propietarias de lo que quedó en 1897, en séptima subdivisión, (Cf. Enrique Espinoza Gárate. Geografía descriptiva de Chile. 1890. Versión actualizada. 2013) fueron Doña Manuela Correa de Lara y Doña Margarita Correa de Cerveró, bisnietas ambas del Conde de la Conquista. En 1945, según Mons. Humberto Sepúlveda, el incipiente Santuario estaba en manos de los Padres Pasionistas. (Congregación que en 1943 había creado el Seminario Menor San Gabriel de la Dolorosa, en Los Lirios.) No obstante, fue el párroco de Graneros, en cuya jurisdicción parroquial quedaba la Villa de La Compañía y su Santuario, el que en 1954 promovió, con ocasión del Mes de María, la Peregrinación de Hombres que cada año salía, de madrugada, desde Rancagua hasta el Santuario de la Virgen. Quince kilómetros bien caminados, bien rezados y cantados. Durante el recorrido, había sacerdotes que atendían las confesiones. Después de la Misa, D. Carlos Salamanca agasajaba a los peregrinos con un buen desayuno. (Todavía regía el ayuno eucarístico desde las doce de la noche hasta la hora de comulgar.) Como toda actividad humana esta peregrinación fue variando con el tiempo. Hoy, miles de peregrinos hacen el recorrido por cuenta propia. Si bien al llegar, la Misa o las instancias de oración congregan a los peregrinos, se hace imposible conseguir una cohesión feliz. Los fieles forman una comunidad heterogénea donde hay muchos cuya única vivencia de fe eclesial ocurre el día 8 de diciembre.
Dediquemos unas líneas a recordar lo que fue el Santuario antes de ser abatido por el sismo del 27 F. Conocí la capilla en 1961. En el altar mayor, destacaba la imagen de la Inmaculada Concepción, en un retablo sin pretensiones artísticas. El altar que mayor mérito tenía, era el de San Ignacio de Loyola, que se ubicaba al lado izquierdo de la única nave. Este altar, del más puro estilo barroco, constaba de la mesa del altar y de un elaborado retablo. El altar mostraba un frontal de cuero repujado formado por cuatro cuadros grandes, sobre los cuales había cuatro rectángulos, todos cuidadosamente ornamentados. Conforme al uso, como el sacerdote celebraba de espaldas a los fieles, altar y retablo formaban un solo cuerpo. El retablo consistía en una amplia hornacina semicircular en cuyo centro superior abría sus alas un querubín haciendo invisible el arco de medio punto. Esta hornacina daba holgado alojamiento a la imponente imagen de San Ignacio, con sotana y capa festoneada. El Fundador sostenía un libro en la mano izquierda (¿Las Reglas de La Compañía o sus famosos Ejercicios Espirituales?) y alzaba la derecha en actitud de bendecir. La peana del santo consistía en dos gradas que se abrían en elegantes volutas como si fueran soporte de las dos bellísimas columnas que se alzaban próximas a la hornacina. Otras dos columnas, de mayor tamaño y delicadamente labradas se alzaban para sostener con sus caprichosos capiteles un soberbio arquitrabe y friso policromados sobre lo cual, en vez de tímpano se coronaba el retablo con un complejo juego de ornamentos barrocos en cuyo centro debió estar el escudo de la Casa de los Loyola o el de la Compañía de Jesús. Esta joya barroca, prestada en mala hora al Museo de San Francisco (Stgo.) tardó en ser devuelto a su lugar de origen más de la cuenta y sufrió las “restauraciones” que más son para lamentar que agradecer. El caso es que devuelto el retablo, pasó a ser el altar mayor de la capilla y el único.
Después de la reconstrucción se ha restaurado esta obra de arte jesuita. Pero ya no es lo que conocimos. Otra obra digna de valorar en esta capilla es la Inmaculada Concepción, que otrora estaba en el vano de una amplia ventana del lado derecho. O el artista fue uno de los tantos alemanes jesuitas que entraron a Chile en 1748 o es de origen barroco alemán. Una obra maestra. Hubo un púlpito, sólido y bien hecho aunque sin torna-voz. Tardíamente, hacía los ’70, la capilla lució un Vía Crucis, único por la finura de su factura y la calidad artística y material. Parroquia desde 1974, el Santuario de La Compañía que ya había sufrido serios daños en el sismo de 1985, se arruinó totalmente con el desastroso terremoto de 2010. Se lo ha reconstruido y se reproduce esa imagen que intenta una regresión inútil a ese pasado colonial que ya no está ni tras las verjas de hierro forjado, ni junto a la imagen de la Virgen profusamente adornada con flores artificiales.
Mario Noceti Zerega