(A propósito del Día del Libro y del Idioma.)
El 22 de abril de 1616 murió en Madrid D. Miguel de Cervantes Saavedra. No ha mucho, los periódicos y otros medios divulgaron la noticia del descubrimiento de la tumba de Cervantes. Falsa alarma debió ser pues nada más se dijo. Parte de la difícil y sacrificada vida de este hombre cuyo lugar y fecha exacta de su nacimiento se desconoce y aunque se da el 23 de abril como data de su muerte, eso no es lo correcto. De joven intentó D. Miguel probar suerte en las armas y aunque luchó heroicamente y fue herido en Lepanto, cerró esa etapa de su vida con cinco años de cautividad en Argel. No era Cervantes de los que se resignaban esperando el milagro del rescate. En cinco años de esclavitud, cuatro veces intentó fugarse y si no perdió la vida en esos intentos se debió a la Divina Providencia que prolongó su existencia para convertirlo en el escritor más importante en la lengua castellana. Porque, no olvidemos que le negaron reiteradamente los puestos que anhelaba, que no se le permitió viajar a América y que su oficio como recaudador por tierras andaluzas solo le significaron excomuniones, encarcelamiento por errores de cuentas y estafas de banqueros. De los sinsabores familiares nadie se libra y Cervantes probó en carne propia que no hay peor cuña que la del mismo palo. No logró grandes éxitos con sus escritos y muchas de sus comedias y entremeses jamás se representaron. Eso hasta 1605, año en que tachonada de errores de imprenta publica su obra maestra: “El Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha”.
Todavía, suponemos, se considera a Cervantes como el escritor de mayor relevancia, el más importante de la lengua castellana. Como la evidencia es tan propia de la condición humana no ha faltado el atrevido que después de una lectura superficial, la indispensable para salir adelante con sus tareas escolares o académicas, ha tenido la insolencia de decir que D. Quijote es un libro al que le sobran quinientas páginas. La típica crítica del que sostiene que al Moisés de Miguel Ángel le sobran no sé cuántos kilos de mármol o que la música de Bach es una sublime máquina de coser. Otros esperan que la lectura del Quijote les haga reír y como una buena lectura supone comprensión e imaginación, careciendo de ambas cosas afirman que ésta es una obra que hoy no hace reír a nadie. Nadie se ríe si no sabe descubrir el humor sutil que Cervantes fue dosificando sabiamente a lo largo de su novela. Personalmente, creo que esta fue la primera veta que descubrí en la disparatada historia que Cervantes atribuye al moro Cide Hamete Benengeli. Después he deducido que el Quijote es una verdadera enciclopedia, un compendio acabado de lo que era la vida española y europea a comienzos del siglo XVII. Podemos saber con certeza, no solo cómo se vestía y con qué telas armaban los sastres la ropa de ricos y pobres, sino también sus comidas, desde las perdices asadas que el Doctor de Tirteafuera prohíbe a Sancho, pasando por guisos que hemos heredado como el salpicón, las patas de vaca y de cerdo, la empanada y la longaniza, la olla podrida y el dulce de membrillo. Si de música hablamos, esta obra que ha sido trasladada al escenario como ballet, pantomima, opereta, comedia musical, zarzuela, suites y conciertos, menciona una veintena de instrumentos de los cuales todavía siguen en uso la guitarra, la gaita, el arpa, el pandero y otros. La Paremiología del Quijote –los refranes- que aparecen por docenas en el discurso de Sancho Panza y también en boca de su amo que reprocha el abuso de este recurso coloquial, es, descontada “La Celestina” una de las colecciones más ricas de nuestra literatura. Hay en el Quijote una serie notable de piezas retóricas, de las cuales la más conocida es el “Discurso sobre las letras y las Armas”. (I Parte. Cap. 38.) Sobre todo, ha de ponerse atención a esa maravillosa galería de personajes y exhibida con maestría, en la que vemos toda la sociedad española: condes, hidalgos, frailes, soldados, comerciantes, comediantes, pícaros, campesinos, venteros, canónigos y hasta galeotes. Si bien es cierto que el motivo principal es la locura de D. Quijote, hay en la obra cervantina una retahíla de motivos secundarios: el amor, la fe, la muerte, las virtudes y vicios, pasiones como la misma animosidad que muestra hábil, humorística y ácidamente el propio Manco de Lepanto al ridiculizar una y otra vez a su adversario en la palestra literaria, el no menos insigne Félix de Lope de Vega y Carpio. (Serán estas sátiras disimuladas las que originen el Quijote de Avellaneda contra cuyas ofensas deberá defenderse Cervantes en el Prólogo de la Segunda Parte del Quijote.
Quizás será bueno advertir que el Quijote no buscaba solo poner en ridículo a las novelas de caballería. Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis leyó con fruición esta obra y se asegura que su lectura influyó en sus teorías. Quienes nos damos el lujo de releer –por puro y simple placer- el Quijote, descubrimos, cada vez, aspectos nuevos. Al finalizar el último verano, me di a leer, otra vez, el Quijote. Pero paralelamente me leía la “Vida de D. Quijote y Sancho”, de Unamuno. ¡Qué gran exégeta resulta D. Miguel de Unamuno en esta Vida en que comenta capítulo a capítulo la obra de su tocayo D. Miguel de Cervantes! Esta lectura me dejó ver –ahora muy claramente- que en nosotros van unidos, compartiendo y discutiendo, aceptando y discrepando, estos dos personajes: D. Quijote y Sancho Panza. Al final uno se ve incorporado e identificado con estos protagonistas sin que sea posible separarlos. ¿Qué sería D. Quijote sin Sancho? Y viceversa. Más todavía. En mis últimas lecturas, ya en la Segunda Parte, me invade una tristeza muy grande. Todas esas burlas de que son objeto D. Quijote y Sancho por parte de los duques, las encuentro indignas. Tenían razón los griegos que consideraban la locura algo sagrado. Y luego, Barcelona, el Caballero de la Blanca Luna y la derrota del hidalgo que debe volver a su terruño. Retorna a La Mancha a morir. Pero como bien advierte una distinguida maestra, (catalana) no es D. Quijote el que muere, sino D. Alonso Quijano el Bueno D. Quijote, sobrevive a D. Miguel de Cervantes que moría en la miseria en 1616, a poco de ver publicada la segunda parte de su novela. Hoy hay millones de personas que conocen, o saben –sin haber leído nunca el libro- quién es D. Quijote. Pero, apuesto, no saben quién es el autor. Nunca oyeron hablar de Cervantes. Un poco, más o menos, como nosotros, los chilenos, que decimos que nuestro idioma oficial es el castellano, la lengua que consagró Cervantes. Pero nuestro castellano está lleno de esos ripies que se llaman chilenismos, anglicismos y una cuota no escasa de la más burda coprolalia.
Mario Noceti Zerega