La opinión de Manuel Polgatiz
Comentarista y periodista deportivo.
Sangre, sudor y lágrimas. Empuje, fuerza y destreza. Se juega con alma y el corazón. La camiseta no pesa y a nadie se fuerza llevarla con pasión, porque en la cancha se sufre, disfruta y goza. Cuando un compañero no da el tono, el amigo lo levanta con un par de chuchadas, si es necesario.
No hay premios ni sueldos millonarios. Las decisiones de asistir al partido pasan por las ganas y los deseos de triunfo, porque en noventa minutos se juega la vida raspando en el suelo, trancando con el cuerpo y dejando todo por la victoria.
Cuando hay desgano, los cambios son necesarios y nadie se enoja como cabro chico, mucho menos exponerse a una expulsion como tonto grave. En el equipo, el peinado es lo de menos, el auto puede ser un yaris o un avensis viejo y nadie lo mira con displicencia.
Nos preocupa la solidaridad y la fraternidad en el grupo. Muchas veces se llega al cotejo con frío, sin almuerzo, con la pega hasta el cogote porque recorriste la región y nadie comenta los obstáculos, pues un partido es la felicidad máxima en la semana.
La pachorra sobra, las lesiones se curan con Fonasa y pagadas del propio bolsillo. No hay concentraciones en hoteles cinco estrellas, tampoco perfumes de cien lucas pagados en cuotas ni gerentes dueños de los pases de jugadores. Las apariencias son superfluas porque la sed de triunfo es mayor a lo que puedan comentar.
Los canteranos se familiarizan de manera uniforme, siempre pensando en el futuro. Los “mijitos ricos” son expulsados y sin derecho a apelación. El que no mete la pata, entrega su camiseta porque no hay forma de marcar presencia. Bueno, eso son “Los Coolers”, un grupo de amigos profesionales que se juntan para exprimir la vida.
Mientras tanto O’Higgins perdió con uno de los colistas y hunde la espectativas de la hinchada más fiel de la nación. En la tabla de los méritos das verguenza.