En la eucaristía, en la que se consagra el Santo Crisma y se bendicen los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, también hubo un numeroso grupo de fieles que acudieron de diferentes parroquias acompañando a sus párrocos.
Gisella Abarca
Fotos Marco Lara
Este Miércoles Santo, todos los sacerdotes y el Administrador Apostólico de la diócesis de Rancagua, celebraron la Misa Crismal en la Catedral de Rancagua. Y es que esta eucaristía la celebró Monseñor Fernando Ramos acompañado de la totalidad de los presbíteros de la diócesis de Rancagua, siendo una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del Obispo y como signo de la unión estrecha de los presbíteros con él.
En la Misa Crismal, en la que se consagra el Santo Crisma y se bendicen los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, también hubo un numeroso grupo de fieles que acudieron de diferentes parroquias acompañando a sus párrocos.
Durante al homilía, Monseñor Fernando Ramos se refirió a los duros momentos que ha vivido la Iglesia Católica en este último tiempo “Es cierto que nos ha tocado vivir un tiempo muy difícil para la Iglesia universal, chilena y también diocesana. Un tiempo particularmente difícil para los sacerdotes. Es cierto que algunos miembros del clero han cometido actos que son inaceptables; eso no lo podemos esconder ni negar: el pecado es pecado, el delito es delito y cada uno debe asumir las consecuencias de sus actos. Pero algo muy distinto es que se extienda una mancha de duda en todos los sacerdotes o que se les quiera cuestionar en su identidad y misión por el solo hecho de haber recibido el sacramento del orden. Esto ha producido en muchas personas un tránsito desde el cariño por los sacerdotes a la sospecha por ellos, produciendo en muchos presbíteros un sentimiento de ser cuestionados y criticados permanentemente”, sostuvo.
El prelado agregó que “Hoy en nuestras parroquias, comunidades y servicios pastorales volvemos a encontrar los mismos sueños, dolores, esperanzas y anhelos de las personas en tiempos de Jesús. Seguramente cambian algunas cosas, no en vano han pasado dos mil años. Pero la naturaleza humana sigue siendo la misma; las oscuridades que ensombrecen el corazón humano no son muy distintas a las que habían en la época del Señor. El ser humano que crece en su conocimiento y muta en muchos aspectos, finalmente sigue siendo el mismo en todo tiempo y lugar. Es allí donde estamos nosotros, con una esperanza renovada y un entusiasmo que brota desde la resurrección del Señor. No podemos desentendernos de las necesidades humanas; hemos de salir al encuentro de las miserias contemporáneas que golpean nuestra vocación”.
RENOVACIÓN DE PROMESAS
Uno de los momentos culmines de la celebración de la eucaristía, fue cuando los sacerdotes renovaron las promesas sacerdotales, las que un día hicieron cuando fueron ordenados, respondiendo con un cerrado Sí a las preguntas del prelado.
Luego, una vez de comenzar la celebración de la cena del Señor, el Administrador Apostólico recibió solemnemente los Santo Óleos para luego ser consagrados, los que en una procesión solemne fueron llevados en tres ánforas. De este modo, y en un momento más tarde, el Obispo bendijo los Óleos y el Crisma que serán utilizados durante el año en las parroquias para la administración de los sacramentos: el Óleo de Catecúmenos, el de Enfermos y el Crisma.
Cabe destacar que el Santo Crisma, es decir el óleo perfumado que representa al Espíritu Santo, se ocupa en el bautizo, la confirmación y en la ordenación de diáconos, sacerdotes y obispos. Con el óleo de los catecúmenos, se extiende el efecto de los exorcismos, pues los bautizados reciben la fuerza divina del Espíritu Santo, para que puedan renunciar al mal, antes de que renazcan de la fuente de la vida en el bautizo. En tanto, el óleo de los enfermos, remedia las dolencias de alma y cuerpo de los enfermos, para que puedan soportar y vencer con fortaleza el mal y conseguir el perdón de los pecados. Con este óleo el Espíritu Santo vivifica y transforma las enfermedades y la muerte en sacrificio salvador como el de Jesús.