- El rancaguino ha sido testigo privilegiado de hechos en la ciudad capital, y se declara orgulloso de sentirse parte del comercio.
Gina Pérez Orellana
Fotos : Marco Lara
En medio de la música en el sector de patio de comidas del mercado rodoviario en la comuna de Rancagua, se puede encontrar a Luis Antonio Irrazabal de 81años. Testigo de múltiples historias se encuentra un rancaguino que viste de manera elegante a la antigua y con buenos modales y una sonrisa amable en su rostro. Conversador innato en segundos nos transporta y entrega detalles de lo que fue el incendio que ocurrió en el año 1955 a las dependencias del diario El Rancagüino y del trágico hecho que ocurrió en la fiesta de la Primavera en el mes de noviembre de 1946, donde ocurrió la desgracia de la joven Betsabé Carrasco. “Caminé por calle Campos y llegué a la consulta de la doctora Marisol Anich. Estaba el piso lleno de agua y comenzaron a azotarse los cables. Habían llamas y yo al medio y no veía por donde escapar eran como las diez de las noche y arranque a Gamero a puro saltos me esquivé, fue muy grande el incendio del diario ”comenta.

“DE CHICO TIRADO A PITUCO”
Don Luis comenzó a trabajar desde los 15 años, por tres años, en la tostaduría Mendoza. Donde siempre obtuvo la labor de ser “trabajador de confianza”. Teniendo estudios hasta sexto año de primaria. “Un día el hijo de Don Armando me envió a dejar un saco de harina en triciclo hasta la estación y yo no quise ir porque era tirado a pituco y por no hacerlo me despidieron ”nos cuenta hecho que para nada lo avergüenza o intimida. Tal hecho, llevo al joven Luis comentarle a su padre quien tenía un negocio en Lastarria con Brasil “recuerdo eran como las cuatro de la tarde y al contarle la noticia a mi papá no me reprimió y sólo me dijo Don Miguel Anich siempre pregunta por ti”. Tales palabras fueron para Luis la mejor noticia ya que nos cuenta que “fue el 26 de septiembre de 1958 y fui a hablar con él y me dijo ya entras a trabajar el 1 de octubre desde esa fecha”. Desde ese día su vida cambio. “imagine de haber estado metido en la harina pasé a trabajar al centro ….y así que a las ocho y media en punto de aquel sábado 26 de septiembre inicié mi trabajo por cuarenta años hasta 1995”.
Sus labores siempre estuvieron ligadas por ser considerada persona de confianza. Comenzó a relacionarse con muchas personas, aprendió hasta el idioma árabe, atender a clientes de años es una de las cosas que valora, junto a sonrojarse un poco al señalar que fue allí donde conoció a quien hoy es su esposa Hilda, quien llegaba a comprar al local.
“TESTIGO OCULAR”
No nos queda ninguna duda que Don Luis es un rancaguino agradecido del trabajo que realizó y de alguna manera nos insta a escuchar con atención su relato que incluye ser testigo ocular de grandes transformaciones del centro de la capital regional. Más aún cuando hace sentir el orgullo que siente por haber sido parte de ellos, más aún cuando hoy al verlo la gente le saluda con gran cariño.
“En tiendas Anich, atendí cuatro generaciones no me considero fracasado. Me gusta vestir bien y al hacer trámites me visto para la ocasión con pañuelo y todo y eso se ha perdido una vez hasta en la televisión se visten mal”. Es que para don Luis el estar detrás del mostrador hace muy importante el estar bien presentado, es por eso que con nostalgia nos dice que volvería feliz a ser parte del comercio rancaguino. “Si tuviera la oportunidad volvería al mostrador, me gusta mucho ese trabajo , lo llevo en la sangre y sé que estoy viejo y bueno tenemos este negocio familiar…pero en el mostrador atendí muchas generaciones eso es lo mío”.
Por hoy, don Luis de alguna manera como él mismo dice en el local “El Refugio” mete la cuchara en todo. Está en movimiento todo el día, está en la caja a ratos, luego en la cocina, observa cómo sale el plato hasta el comensal, lo que hace que su señora le diga usualmente “te creí don Miguel”, a lo que él le responde “soy así y don Miguel fue mi escuela”. No hay duda que Don Luis es un caballero de esos que atendían en los locales antiguos que por años ya reconocían a sus clientes, teniendo sabido de ante mano lo que llevarían y las veces que visitarían el local. De esos que ya no abundan y que se los ha llevado el tiempo y que ya en algunos locales hasta han sido cambiado por la modernidad donde es el mismo cliente el que se atiende y hace todo el sistema de pago el que incluye hasta el de envolver los productos.