María Paz González Vallejos, académica, Pontificia Universidad Católica de Chile, Campus Villarrica
Carolina Cuéllar Becerra, académica investigadora, Universidad Católica Silva Henríquez
Más de tres meses ha costado comprender en Chile que los niños, niñas y jóvenes no están estudiando en sus casas, sino que están en sus hogares, tratando de estudiar, en medio de una crisis, tal como tan adecuadamente lo expresó el primer ministro canadiense en su creativo video dirigido a la infancia de su país. No obstante, todavía diversas instituciones y/o actores nacionales se desgastan en crear una realidad paralela, con mensajes que insisten en la necesidad de avanzar hacia la normalización de las actividades escolares. Esto, lejos de apaciguar la incertidumbre, ha acrecentado la ansiedad y el miedo entre familias que están experimentando las desigualdades estructurales de siempre, pero que ahora la pandemia ha dejado entrever y palpar con mayor nitidez.
Es indudable que el COVID-19 ha puesto desafíos a la continuidad de los procesos educativos, retos que, por cierto, las comunidades escolares están intentando sobrellevar de la mejor manera posible. En vista de ello, en lugar de enfocarnos exclusivamente en retomar la normalidad, ¿no sería también provechoso concentrar los esfuerzos en analizar cómo esta emergencia sanitaria interpela nuestro sistema escolar? Entre las numerosas complejidades y devastadoras consecuencias acarreadas por esta crisis sin precedentes, se nos ha abierto la oportunidad para repensar la institución escolar y el modelo educativo imperante. Después de todo, la idea no es solo sobrellevar los desafíos, sino, lo que es más importante, avanzar hacia la construcción de nuevos sentidos para la educación.
¿Con qué nos quedaremos luego de la pandemia? Quizás algunos visualizarán, con optimismo, la irrupción de la tecnología al servicio de las clases como la gran innovación educativa que heredaremos de este periodo, pero este apuro corre el riesgo de invisibilizar la inequidad digital (acceso y formación), que ha sido, precisamente, una de las problemáticas evidenciadas durante la contingencia sanitaria. Sin desconocer los beneficios del uso pedagógico de herramientas virtuales en procesos de enseñanza y aprendizaje, aun cuando se acompañen de la superación de brechas estructurales, repensar la institución escolar y el modelo educativo va mucho más allá de esto. Significa reflexionar sobre el tipo de sociedad que queremos ser, pues si hay algo de lo que hoy tenemos certeza, es que no seremos los mismos una vez que termine esta crisis.
En algún momento, las prioridades del sistema escolar se desordenaron. Desde nuestra perspectiva, el COVID-19 surge como una oportunidad para volver a situar las cosas en su lugar. Es así como la emergencia nos ha recordado el sitio del desarrollo integral del estudiante en tanto persona, devolviéndole al contenido la posición que siempre debió haber ocupado y dando espacio a lo que hoy resulta más importante para nuestra integridad: el cuidado, las emociones y los vínculos. Asimismo, nos ha mostrado la importancia de reconsiderar las prácticas pedagógicas a la luz de las necesidades socioemocionales, y no solo académicas, de los y las estudiantes.
De igual forma, el COVID-19 ha reposicionado la labor educativa de la familia. Esta crisis ha exigido a los padres, madres y cuidadores asumir la función formativa como parte de las tareas diarias, revelando las desiguales condiciones materiales y laborales con las que las familias participan de estos procesos. A pesar que la casa no es la escuela, y los padres, madres y cuidadores no son docentes; hemos apreciado el potencial educativo del espacio familiar, muchas veces subestimado por el sistema, especialmente en contextos vulnerables, distantes de las lógicas escolares hegemónicas. Estamos ante la oportunidad de conocer a los niños, niñas y adolescentes en sus contextos familiares, visualizando la educación como un proceso amplio y poniendo acento en la importancia que tienen los ambientes en los que se desenvuelven. En este sentido, la contingencia desafía la idea de la escuela como única fuente legítima de conocimiento y la sitúa como una institución que reconoce y acompaña el proceso educativo generado en el hogar.
La crisis también ha acercado a los docentes. Muy temprano surgieron comunidades de educadores y educadoras a distancia, ya sea para intercambiar ideas y/o recursos como para contenerse unos a otros. A pesar de que este gremio no está exento de las desigualdades experimentadas por las familias, las que se intensifican por la alta proporción de mujeres jefas de hogar que ejercen la profesión docente, estamos seguras que, en este instante, hay profesores y profesoras conversando sobre los cambios que han sucedido en la enseñanza y los que deberían suceder. Como resultado de la pandemia, la visión de escuela comienza a transitar desde una noción centrada en la institucionalidad hacia una enfocada en comunidades de personas que aprenden juntas, guiadas por el cuidado mutuo, la colaboración, la reflexión y el diálogo en torno a cómo promover el bienestar integral de todos sus miembros.
Así también, la emergencia sanitaria nos moviliza a confiar en los profesores y profesoras como líderes de los procesos educativos, cuestionando las lógicas performativas del desempeño docente impuestas por el sistema, que, a nuestro juicio, poco y nada sirven en contextos de crisis, donde prima la incertidumbre y la sensación de falta de control. La situación sanitaria nos ha enrostrado algo que sabíamos, pero que algunos parecían haber olvidado: la capacidad profesional de los docentes, plasmada en experticia, compromiso, flexibilidad, que a diario ponen en juego en las difìcíles circunstancias de enseñar en pandemia. Hoy, la confianza en los docentes y la valoración de esta profesión son un bien intangible y preciado para enfrentar este periodo. Esperamos que estos bienes trasciendan y permanezcan.
Quizás no es el fin de la educación como la conocemos, pero sería nuevamente un error ignorar que una crisis puede traer crecimiento. La pandemia ofrece un espacio para la transformación socioeducativa, donde los factores aquí mencionados, así como tantos otros, que podrían cambiar con la situación sanitaria, requieren ir aparejados de decisiones políticas, basadas en profundos diálogos colaborativos. Si redireccionamos parte de los esfuerzos en analizar cómo esta emergencia sanitaria interpela nuestro sistema escolar, podremos visualizar el COVID-19 como una oportunidad para un nuevo comienzo.