Ximena Mella Urra
En marzo 3,5 millones de escolares y 1,1 millón de universitarios debieron suspender sus clases presenciales a raíz de la propagación en el país del virus Covid 19, suceso que afecta hasta hoy la calidad y ritmo de sus aprendizajes y también, aumenta la posibilidad que la deserción escolar suba dramáticamente, especialmente entre la población que hoy está más vulnerable. Es que más de 186 mil niños, niñas y jóvenes de entre 5 y 21 años no están dentro del sistema. Esta preocupante cifra podría aumentar a 267.822 según proyecciones del Ministerio de Educación, producto de la interrupción de clases presenciales y otros factores causados por esta crisis sanitaria.
Asimismo, con esta pandemia pudimos comprobar lo que a ciencia cierta sabíamos con anticipación, que parte de la población no cuenta con acceso a tecnologías de la información, ya sea por costo o por lejanía y/o aislamiento. Según cifras del Ministerio de Desarrollo Social entregadas en 2019, 632 localidades distribuidas en 170 comunas del país no poseen acceso a Internet, lo que implica más de 76 mil personas sin conectividad de este tipo. Si bien para muchos esta tecnología fue un paso que se veía venir, nadie sospechó que se vendría de una forma tan abrupta.
Sabemos que diversos efectos emocionales tales como la ansiedad y la incertidumbre afectan en forma transversal a docentes y estudiantes. A pesar de sobrellevar bien estos largos 5 meses de interacción remota, para casi todos ellos falta la interacción social y la práctica en terreno de sus aprendizajes. Para los docentes si bien estar en casa significa estar cerca de la familia, para otros es tener más horas de trabajo y por ende mayor estrés.
Para los más pequeños de la casa, la no interacción con sus pares puede provocar algo más de un efecto indeseado en su comportamiento y también en su velocidad de aprendizaje. En el caso de los alumnos universitarios, los más jóvenes se han adaptado a la educación en línea con más facilidad, pero no así los que este año entraron a la educación superior.
Esto es lo que le sucede a cientos de estudiantes sin importar rasgos, edades o situaciones personales. Es lo que le sucede a Ignacio(12), alumno de Séptimo Básico. “Ha sido raro esto de las clases virtuales, ya no puede ver a mis amigos ni jugar en los recreos. Sí he aprendido, pero no tanto como si estuviera en clases presenciales. Allí las clases eran más entretenidas y si teníamos dudas, la miss la respondía altiro”.
Él y miles de sus pares coinciden en que lo bueno de esta pandemia que es no deben ya salir temprano de sus casas, no tienen que usar uniforme y cuentan con más tiempo libre en el día. “Puedo tomar desayuno en la cama pero lo malo es que no puedo ver a mis amigos y no puedo conversar con ellos como antes”, insiste.
Sofía Rudolphy (15) también extraña a sus amigos de colegio y de su curso el Segundo Medio del Colegio Inglés Saint John. “Me ha resultado una experiencia un tanto aburrida, a pesar de que en la mayoría de las materias ha aprendido, pero prefiero estar en el colegio con mis compañeros y tener otras actividades. Lo bueno ha sido que puedo estudiar a mi propio ritmo”.
Fernanda de 10 años cursa cuarto básico y desde su hogar le gusta asistir a clases a través de una pantalla, cree que ha aprendido bien hasta ahora con sus profesores. En cambio su compañerito de aula, Sebastián (9) con déficit atencional e hiperactividad (TDAH) declarada, no gusta de esta modalidad, las clases para él son aburridas y largas si son muy monótonas, por lo que es muy difícil mantenerlo concentrado y con la cámara encendida.

PROFES 2.0
La comunidad educativa ha debido adaptarse a las complejidades de la educación a distancia y lidiar con problemas como son principalmente, las deficiencias técnicas de conexión en el hogar. Carla Quezada(37) es profesora de Inglés en un colegio subvencionado (Complejo Educacional Monseñor Luis Arturo Pérez) y durante este tiempo ha debido planificar su quehacer ahora desde su hogar, lidiando con la vida doméstica y el cuidado de su hijo de 5 años, quien ha debido entender el trabajo de su madre y que no puede estar disponible cada vez que él quiera. “Hago clases online, planifico mis actividades y mis clases, me contacto con los estudiantes y sus familias, asisto a las reuniones de equipo, etc”, dice. Y es que cree ser un agente de contención y de unión con las familias, sus estudiantes y el colegio. “Nos hemos acercado más a ellos formado un vínculo”.
Es que para la docente enseñar a distancia les ha permitido el uso de nuevas tecnologías y recursos para favorecer el aprendizaje y la enseñanza para las clases presenciales. Pero, lo difícil es enfrentar las condiciones socioeconómicas de sus estudiantes. “Lo limitado de sus conexiones y falta de acceso a recursos tecnológicos ha sido determinante en el éxito o fracaso de esta forma de hacer clases. Pese a ello, los estudiantes han avanzado en el uso de plataformas, de recursos tecnológicos, trabajar de forma autónoma organizando tiempos y tareas”.
Muchos de los docentes al igual que Carla, han debido también enfrentar cambios anímicos y dolencias físicas durante este confinamiento. Dolores de espalda y cuello, trastornos del sueño, cambios drásticos de humor y sensación de agobio son solo algunos de los efectos ante el desafío de realizar clases remotas en sus propios hogares. “He pasado de la angustia, la ansiedad, el sentirme sobre pasada y muy cansada. Me he esforzado por enfrentarlo en forma positiva, pero igualmente me ha afectado en la salud física. Con dolores de espalda recurrentes, nuevas alergias y cambios de humor”, agrega su compañera de labores Eliana Morales, quien se desempeña como docente en el área Técnico-Profesional.
“El cambio ha sido difícil. Sentimos un poco que fuimos probando a ciegas el implementar la comunicación digital con los estudiantes. Al inicio con un poco de temor, pero luego he tratado de integrar nuevos recursos para una mejor interacción”, nos explica sobre el uso de esta metodología remota. A su vez dice que la evolución de los estudiantes ha sido diversa, inestable pero se van adaptando. “Siento que la mayoría de ellos está en la etapa de la aceptación de esta nueva forma de aprender. Igual es difícil saber con certeza si cuando se conectan a clases están atentos y motivados o sólo es por cumplir con la asistencia. Es que a los jóvenes les ha costado aceptar y manejar la autonomía, que deben ser más responsables, sin la relación constante con el profesor presente”.
Por su parte, Cristina Moreno (35) es profesora de Educación Básica (Lenguaje e Historia )en el Colegio Javiera Carrera y nos define los pro y los contras de esta situación de cuarentena. Al principio sintió ansiedad y angustia por la contingencia pero asegura que el apoyo y contención laboral y de su familia ayuda a nivelar sus emociones y la de todos. Sobre las ventajas de esta modalidad remota, asegura que esta permite usar herramientas tecnológicas no del todo conocidas para continuar con la enseñanza. “Sin embargo, nos falta interactuar en los afectos, con los niños, compañeros de trabajos y apoderados”. La interacción de los alumnos, en tanto, ha ido de menos a más en la medida que han ido tomado confianza y han dominado la nueva tecnología, dice. “Además, hemos potenciado la evaluación formativa para que los alumnos tomen sus errores como un aprendizaje”, redondea.
Salir de la zona de confort que es una sala de clases para una maestra es un reto para Katia Olivares, quien hace docencia en el segundo ciclo del Colegio Los Conquistadores. “Debimos reestructurar la metodología, buscar redes apoyos con colegas y equipo de trabajo y prepararme para ellos accediendo a cursos, aprendiendo nuevas tecnologías, plataformas para que mis estudiantes se sientan motivados e interesados en aprender de esta forma”. Dentro de su optimismo por la situación, ve que lo bueno de esta experiencia es que los contenidos están a un solo click. “Los alumnos avanzan lento pero seguro. Lo malo es la accesibilidad a las clases y la retroalimentación que recibe el alumno, hablando netamente sobre evaluación, la cual no es inmediata, como ocurre en una interacción pedagógica en condiciones normales”.
Su colega en el mismo establecimiento, Pamela Moreno(50), nos comenta que sus clases a cursos de Básica en el área de las Matemáticas, han sido un cambio complejo pero desafiante a la vez, usando herramientas tecnológicas para sus clases e incluso contactándose con sus familias para dar un apoyo más completo. Todo ello entre sus sentimientos de físicos y sicológicos que no son muy alentadores, como sentir dolores de cabeza y sufrir desvelo, irritabilidad y sensibilidad a flor de piel. A sus alumnos los extraña porque no puede estar con ellos y no puede evidenciar una evolución pedagógica clara. “Lo emocional y la falta de motivación es un factor que a estas alturas se está notando, y también por parte de algunos padres que se sienten desesperados al no poder ayudar a sus hijos de la forma que quisieran hacerlo”.

La “retención escolar digital”
“Esta crisis nos ha hecho ver la importancia de la escuela tradicional como facilitador del desarrollo emocional y social de los estudiantes. Ha sido un proceso lento, por ello que es fundamental contar con la disposición de los estudiantes para conectarse y participar en clases desde sus hogares”, agrega Rodrigo González (44), quien dicta clases de Matemática y Física en un colegio subvencionado de Rengo. De acuerdo a su propia experiencia, entre las ventajas de esta nueva forma de colegio está el contar con tecnologías que antes no se podían haber usado, en tanto que las dificultades responden principalmente a los problemas de conexión y a una mayor autonomía y autodisciplina por parte de los estudiantes.
Para este profesor existe un fenómeno nuevo: la “retención escolar digital”, basado en mantener el interés y motivación de los estudiantes por volver a conectarse a la clase siguientes, en vez de desertar y dedicarse a otras actividades. “Los estudiantes han debido adaptarse con distintas velocidades a este nuevo estilo. Algunos han visto florecer en ellos al nativo digital que se supone que vive en la mayoría de ellos. No pocos alumnos han ayudado a sus maestros dándole consejos sobre cómo mejorar sus clases o prácticas, o con algún problema puntual”, argumenta. En cambio, para los docentes, es mucho más difícil ahora revisar los cuadernos. “Se ha perdido un poco el ‘golpe de vista’ que desarrollan los maestros más experimentados y que les permite detectar a quienes no han logrado los avances esperados”. De esta situación se extraerán las mejores lecciones, dice este “profe”, con el fin de modernizar algunos aspectos de la educación con nuevas tecnologías. “Y por otro lado, se valorará la condición de la educación como una práctica humanista, cuyo factor humano es imprescindible y e irremplazable”.

EDUCACION SUPERIOR, CAMBIOS EN EL “APRENDER HACIENDO”
En la Educación Superior el escenario no varía demasiado con el resto de los estudiantes y docentes de liceos y colegios. Eso sí, el mundo universitario es único al interior de cada plantel y toda esta interacción social es sin lugar a dudas las vivencias que más se extrañan. Sin embargo, ha sido raro para los que este año se matricularon para estudiar una carrera y nunca pisaron las aulas de su nueva casa de estudios.
Camila Cabezas León (18) quien ingresó a primer año de Pedagogía en Educación Básica en la Universidad de O’Higgins (UOH), no alcanzó a conocer a sus compañeros cara a cara ni a recorrer todos los pasillos de su plantel. “Extraño poder interactuar con ellos, hacer trabajos en grupo y poder juntarnos a hacerlo en una casa o en la misma universidad. Aun así creo que hemos generado un gran vínculo por medio de los mensajes que nos mandamos y al mismo tiempo al interactuar en los grupos de trabajo que hacen los profes en clases”.
Si bien su generación utiliza la tecnología día a día, no estaba preparada para tener clases así. “A todos nos cuesta acostumbrarnos porque tenemos muchos factores de distracción como lo son los hermanos, las mascotas, la bulla, que usen el Internet para jugar y tus clases se corten o que te interrumpan. Uno igual aprende, pero no como en las clases presenciales donde uno puede escuchar e interactuar más fluidamente con tu profesor y compañeros”, y agrega: “Como futura docente esto me sirve por si en un futuro me tocará a mí impartir clases por esta metodología. Puedo aprender de qué manera puedo impartirles clase a mis futuros alumnos de una manera didáctica y entretenida”.
Parecida es la situación que vive Santiago, quien entró a estudiar este año Ingeniería en Informática en el IP Santo Tomás de Rancagua, por lo que aún no conoce esta nueva vida de estudiante. “Siempre fui autodidacta desde incluso antes del liceo, además tuve la fortuna de saber lo que quiero ser y dedicarme a ello desde pequeño. Creo que la soledad se hace notar muy fuerte en estos tiempos. Un curso es como tener una segunda familia. Sobre aprender de la misma forma, se atreve a decir que es mejor por la posibilidad de tener un aprendizaje guiado para resolver sus dudas que surjan al instante”, analiza el joven. “La enseñanza no es la misma que la presencial no se aprende lo mismo pero depende de uno. Rescato lo bueno que ha sido estar en casa con la familia”, se suma con este pensamiento, Mónica Farías(35), estudiante de Técnico en Administración en Santo Tomás.
Hernán Porma dicta clases en un centro de formación profesional y cree que lo sucedido fue un adelanto de un futuro que se veía venir, pero que “nunca pensamos que sería de forma tan abrupta. Al menos en las asignaturas que imparto, la evolución fue positiva, se partió con mucho recelo, tenor y un temor al cambio producto de la alta incertidumbre, pero finalmente los estudiantes se adaptaron a esta nueva forma. Tuvieron que tomar un rol protagónico y la mayoría se adaptó de buena manera”.
Su colega Patricia Aguilar, académica del Área de Administración repasa que las ventajas de ocupar las herramientas tecnológicas es estar a la vanguardia de la nueva educación. Los alumnos evolucionan de manera positiva-asegura-, adquiriendo nuevas herramientas y desenvolviéndose de mejor manera en la virtualidad. Pero lo malo sigue siendo para ella y para todos, la desventaja en la conectividad. Igualmente cree que es positivo poder estar en casa, pero sí es bastante desgastante. En cuanto a lo emocional, dice, “el hecho de estar confinados te predispone a estar preocupados, cansados y con incertidumbre de lo que pueda suceder. Hay cambios que estamos viviendo como sociedad y eso no se puede negar”.