Por Juan Guillermo Prado O.
Una tarde de un sábado del mes de enero con un sol brillante salimos desde la plaza de Graneros en una procesión hacia la Virgen de la Cantera. La romería debería extenderse por unos cuatro kilómetros por el Camino Real, rumbo al norte. Iba en una alegre caravana compuesta por autos, camionetas, carretones, bicicletas y huasos a caballo. Los grupos folclóricos interpretaban sus mejores temas. Alguien me invitó y me embarque por curiosidad, quería conocer una festividad única, surgida desde el pueblo y que se ha mantenido a través del tiempo.
Muchos son los santuarios y peregrinaciones que se realizan anualmente en nuestro territorio a la Virgen María. La Tirana, Andacollo, Lo Vásquez, la Purísima en Graneros o la Candelaria en las islas de Chiloé son algunas de las decenas de celebraciones que desde lejanos tiempos han surgido con orígenes remotos y legendarios.
Por eso me pareció interesante participar de una celebración que no tiene esos orígenes míticos y que surgió de la fe de la gente del lugar. En esta comarca de familias campesinas habituadas al rezo del Rosario en familia, la realización de novenas y peregrinaciones, el orar el Padre Nuestro y el Ave María al levantarse y al acostarse, junto con encomendarse al Altísimo, en el transcurso del día en sus labores habituales.
Mientras avanzaba la caravana en las casas situadas a la vera del camino había pequeños altares familiares, como muestra de homenaje a la Santísima Virgen. Sin lugar a dudas, la influencia que tuvo en los pobladores del Valle Central la presencia de la Compañía de Jesús dejo una impronta difícil de borrar. Es por ello, que este legado de fe se ha transmitido a través de las generaciones de creyentes, manteniéndose en la actualidad con carisma y empatía, especialmente por aquellos que sufren.
Lentamente nos dirigíamos en pos del santuario de la Virgen de la Cantera. A lo lejos se veían banderas que flameaban mientras nos acercábamos. Finalmente llegamos. Los vehículos se estacionaron y emprendimos el camino hacia el centro de devoción.
Todo comenzó hace poco menos de medio siglo cuando la familia Cerón Rojas en un momento de aflicción económica se encomienda a la Virgen de Lourdes y al poco tiempo recibe un premio de la Polla Chilena de Beneficencia. En agradecimiento, la señora María Rojas, viuda y madre de cuatro hijos, viaja a Santiago adquiriendo una hermosa imagen de 60 centímetros de la Virgen de Lourdes.
La señora María le solicita a una empresa eléctrica, que realizaba instalaciones en el sector, su apoyo en la construcción de la gruta en plena roca, en una ladera del cerro, en una cantera, mirando hacia el oriente para que sus devotos le recen al atardecer. Las familias vecinas pronto comienzan a encomendarse a ella en los momentos de aflicción. Ha pasado el tiempo y la devoción no ha decaído, se ha acrecentado en esas familias campesinas. Sin embargo, el terremoto del 3 de marzo de 1985 destruyó la imagen.
Fueron los folcloristas quienes se encargaron de adquirir una nueva imagen y al mismo tiempo se comprometieron a renovar el sendero bordeado de boldos, litres, peumos y quillayes para llegar a la gruta.
Hace unos 35 años con el apoyo del párroco de Graneros el padre Antonio Therdan, de nacionalidad croata, comenzó una peregrinación anual el día sábado siguiente a la celebración del día del Roto Chileno.
Al llegar al santuario se habían colocado sillas para los asistentes y, antes de la misa, participaron diversos conjuntos folclóricos, las hermandades de baile realizaron sus coreografías e inesperadamente se comenzó a repartir choclos cocidos con mantequilla a cada uno de quienes estábamos presentes. El ambiente de fiesta no decaía y todos de una u otra manera estaban integrados a esta única y singular fiesta de nuestro pueblo campesino.
En un improvisado altar la imagen de la Santísima Virgen fue instalada sobre una pequeña roca y dos huasos ubicados a cada lado quienes sostenían el pabellón patrio y del Vaticano. Ya había caído la tarde cuando comenzó la misa “a la chilena”, acompañada por la música y el canto del conjunto Graneros y otros grupos folclóricos.
En el transcurso de la eucaristía entregaron al sacerdote ofrendas como el pan y el vino, frutos de la época y bellas flores, todos surgidos en los campos circundantes.
Al finalizar la misa se entregaron reconocimientos a quienes colaboraron en la Fiesta de la Tradición. Ya era de noche cuando todo concluyó. Los peregrinos contentos volvieron a sus vehículos, ya habían cumplido con la devoción.
Al retornar a Graneros, no pude dejar de imaginar, cómo por unas horas me aleje del materialismo y consumismo que nos nubla la mirada. Y ahora más con esta maldita pandemia. Este año por razones obvias no se realizará la fiesta de La Cantera. Es insólito que se prohíban las peregrinaciones como ocurrió recientemente con Lo Vásquez y Andacollo y que las iglesias permanezcan cerradas pero que los malls estén abiertos y con el aforo completo. Sólo después de estas reflexiones sólo debo agradecer a quienes por unas horas me hicieron revivir tiempos plenos de fe y solidaridad.