La opinión de Manuel Polgatiz
Periodista y comentarista deportivo
Cuando un técnico no logra transmitir confianza a sus jugadores, lo más probable es que las respuestas en la cancha sean débiles.
Si el líder cambia protagonistas como si de cambiar canales en el televisor se tratara, es obvio que genera desorden y trastornos.
Y eso fue lo que ocurrió la noche iluminada del martes recién pasado, cuando O’Higgins enfrentó una final para salvarse del descenso, pero el entrenador decidió “guardar” piezas porque había mucho desgaste (¿en los mundiales se juega cada 20 días?).
Lo cierto es que en Rancagua hubo una debacle y no lo digo por el rendimiento, que a ratos logró eficiencia, sino más bien, por el resultado que, a esta altura del torneo, es lo único importante.
Nadie puede negar que las ganas y el pundonor, no fueron los mismos. Sin sangre ni dientes apretados hasta el último balón, no se sale de este lugar.
Regresan los nervios y las incertidumbres crecen como flores en primavera. No queda margen para probar y desde el staff lo siguen haciendo como si nada ocurriera, porque es muy probable que ellos pasen sin pena ni gloria por Rancagua.
Hay que remar desde atrás, aunque se acaben las fuerzas. Los colores son más importantes que la manga de inoperantes cuya función nebulosa tienen en riesgo a la hinchada furiosa.
A no decaer por la derrota. Se lavan las heridas y vamos otra vez a la guerra deportiva, pero ahora con fusibles cargados empinando la bandera.