En los últimos días hemos visto situaciones que nos impactan. Nos impactan los casos de acoso y bullying, entre compañeros y compañeras, en nuestras escuelas y liceos. Nos impacta la agresividad de apoderados y apoderadas frente a los profesores o administrativos de las escuelas. Nos impacta la agresividad en la práctica del derecho del legítimo derecho a la protesta. Da la impresión de ser síntomas de los tiempos que vivimos.
Lamentablemente se normaliza que la indignación deba ser canalizada a través de la violencia y esto comienza a ser aceptado por algunos sectores y personas. Pero la violencia no conduce a la justicia.
No se trata de generalizar, pero ¿estamos haciendo el debido acompañamiento de buenos hábitos de convivencia? ¿estamos haciendo nuestra la máxima de tratar a los demás como nos gustaría ser tratados?
En la zona represento a la masonería, una institución esencialmente ética que nos enseña la práctica de todas las virtudes y la libre búsqueda de la verdad para contribuir a una mejor humanidad. Creemos que La base de todo proyecto de perfeccionamiento humano está en la infancia y adolescencia, por medio de la formación en valores y virtudes y en el ejemplo de los adultos, porque la palabra inclina, pero el ejemplo arrastra. Es necesario reforzar la formación y capacitación para que los procesos educativos, incluso los que se producen en el hogar, implícita y explícitamente, refuercen valores y virtudes. La honestidad, la perseverancia, la templanza, el valor y la justicia. La solidaridad, la caridad y la tolerancia. La fe y la esperanza en un futuro mejor.
El descontento social evidenció agresividad y violencia potencial en el país, que se manifestó dramáticamente. La pandemia obligó, en muchos casos, al hacinamiento y a facilitar con ello el estrés, las hostilidades y la violencia intrafamiliar. Esto último es altamente probable que genere violencia escolar, por su efecto en muchos niños y niñas.
Hoy es relavante potenciar la salud mental y su restauración, una práctica que vuelva a convertir en los seres racionales que debemos ser para superar nuestras diferencias y encontrarnos en la diversidad. Debemos recuperar nuestras prácticas cívicas para que nos pacifiquemos entendiendo al otro, a la otra, como un legítimo otro. Sin duda una mayor inversión en la salud mental pública y con profesionales y programas actualizados, podría colaborar en esta idea.
La educación prescolar y la educación básica debieran formar explícitamente en valores y virtudes. Preocuparnos y ocuparnos de qué hacen nuestros hijos e hijas en sus tiempos de ocio. La educación superior debe hacerlo implícitamente, con el ejemplo, para construir certezas cívicas de convivencia que nos conduzcan siempre a la paz.
Rolando Sanchirico Gallini
Delegado Jurisdiccional del Gran Maestro de la Gran Logia de Chile