Marco Olivari León
Prefecto Jefe de la Región Policial del Libertador General Bernardo O’Higgins
Soy un detective con tres décadas de servicio, y durante mi carrera he visto como Chile y nuestra institución, la PDI, han cambiado. Cuando egresé de la Escuela de Investigaciones Policiales y fui destinado a la Comisaría Judicial Quillota, allá en el año 1993, la PDI (por aquel entonces PICH), no contaba con el reconocimiento que hoy indican las encuestas de opinión pública. Es más, en muchos casos tampoco contábamos con el conocimiento de la ciudadanía sobre nuestra existencia, pocos sabían bien a qué nos dedicábamos.
Hoy, la Policía de Investigaciones es otra. Las personas reconocen nuestros vehículos corporativos, conocen el nivel de emergencias 134, incluso las brigadas especializadas que tiene nuestra institución. Eso es gracias al trabajo de nuestros antecesores, que supieron identificar nuestras debilidades y fortalezas, para mejorar nuestro trabajo y nuestros procesos, mediante diversos planes de modernización que hoy nos llevan a ambicionar ponernos en lo más alto de la investigación criminal, a nivel latinoamericano, de aquí al 2033… nuestro centenario.
Pero así como nosotros nos hemos modernizados, la delincuencia y las bandas criminales organizadas también lo han hecho. Han encontrado nuevos modus operandi que les han reportado recursos que facilitan la adquisición de tecnología y armamento, que no sólo están dispuestos a utilizar contra sus víctimas civiles y/o bandas rivales, sino también contra los policías.
Cuando los detectives hicimos nuestra promesa de servicio, señalamos estar dispuestos a “rendir la vida si fuese necesario”, en favor de hacer cumplir las leyes y proteger a la ciudadanía. Esa es una promesa que renovamos cada mañana cuando salimos de nuestros hogares. Suena a cliché, porque ninguno de nosotros acude a su trabajo pensando que puede ser su último día, pero se hace carne cada vez que uno de nuestros detectives está en la calle y no sabe con qué podría enfrentarse de un momento a otro.
Sin ir más lejos, hace poco más de diez días, uno de nuestros investigadores de la BIRO Mostazal se encontraba realizando indagatorias en la ciudad de Santiago, en búsqueda de una especie robada. En ese momento, lo que parecía un procedimiento más, se convirtió en una batalla por su vida y las de sus compañeros que estaban junto a él, cuando un sujeto extrajo un arma y lo apuntó, ante lo cual debió repeler el ataque, siendo más rápido y utilizando su pistola de cargo para abatir al individuo.
Lamentablemente, una persona resultó fallecida. Pero de no haber reaccionado de la manera en que lo hizo, nuestro compañero -que además es hijo, pareja y padre-, pudo terminar del mismo modo que aquél carabinero que perdió la vida en una situación similar, hace pocos días, al interior de una peluquería santiaguina, tras acudir al llamado que un denunciante hizo por teléfono.
Entonces sí, esta es una riesgosa profesión. Pero, a pesar de los riesgos que conlleva, puedo asegurar que, la mayoría de nuestros detectives la volvería a escoger una y mil veces, si tuvieran que hacerlo nuevamente. Porque a pesar de las dificultades, no hay satisfacción más grande que recibir la gratitud de una persona desconocida que acudió a un policía, porque tenía un problema o fue víctima de una situación delictual y este pudo ayudarla de alguna manera. Eso, simplemente, se llama vocación de servicio.