Los perros son animales territoriales. Es por eso que instintivamente tengan la necesidad de proteger el lugar donde viven, y si alguien intenta invadir su espacio de manera impetuosa, su reacción natural es atacar. Esto es lo que hacen los vehículos que manejamos, aunque nuestra intención nunca sea la de perturbar la paz del canino.
El hecho de que el vehículo acelere o siga su ruta es entendido por el animal como un refuerzo positivo, como si realmente estuviera huyendo. Esto hace que el perro repita el proceso y que hasta el resto de la jauría se sume, porque entienden que el esfuerzo que están poniendo en ladrar y perseguir el auto está dando sus frutos.
Obviamente los perros tienen un límite en su valentía, ya que muchas veces la actitud depende del tamaño del vehículo. Por eso con las motos o las bicicletas podemos ver reacciones más agresivas, ya que se envalentonan más.
La “manía” de perseguir cosas varía dentro de la especie, y según expertos esto se debe a que ciertas razas tienen un instinto de pastoreo más predominante, por lo que buscan condicionar el movimiento de los objetos a determinados lugares, algo que supo aprovechar el hombre con los perros moviendo ganado y manteniéndolo unido.
Entonces, ¿qué se hace frente a este comportamiento?. Cuando están en persecución, los ruidos fuertes, como bocinas, sonidos de escape de las motocicletas e incluso los gritos de las personas, pueden exacerbar la ira del perro en vez de asustarlo.
Buena parte de la responsabilidad para que esto no ocurra recae en los propietarios del perro. Los mismos no deben dejar que el animal haga de este comportamiento un hábito, por eso es importante tratar de calmarlo y demostrarle que el auto no le hará nada, pero sin confrontar al perro con insultos, golpes o gritos para que el «regaño» no se convierta en una mala experiencia.