En el evangelio según san Juan podemos leer: “y el verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Jn.1,14). Con este inicio del evangelio de la Palabra de Dios escrita, se nos muestra el camino exacto y asombroso de la presencia de Dios, como uno de nosotros, como el verdadero hombre y verdadero Dios. Cuando aparezcan dudas en “cómo” debemos vivir la fe cristiana, cómo debe ser nuestra solidaridad, inclusive, me atrevo a decir, cómo debemos vivir la vida humana, contemplemos esta dimensión de la Palabra hecha carne, hecha hombre, hecha historia, hecha misericordia concreta. Porque la vida humana no solo debiera ser discurso elocuente de palabras que mueven muchedumbres. La vida humana no solo debiera ser carne, acción y grandes obras deslumbrantes. La vida humana está llamada a ser, palabra y carne a la vez, de manera armónica y sin desgarros. Hemos escuchado que “las palabras mueven y que los ejemplos o acciones arrastran” y es verdad; pero las palabras sin acciones, y las acciones sin palabras pierden su sentido en la vida humana, pues una da consistencia a la otra. Una acción u obra debe ser significada por la palabra, y ésta debe ser robustecida por aquella. La síntesis perfecta de la “Palabra hecha Carne” solo se puede dar en un ser que escapa a los límites de las creaturas, a los límites humanos. Sólo puede darse en Dios, específicamente en Jesús; él es el Verbo hecho carne. En él, palabras y acciones son una dimensión humana y divina que florece y da sus frutos, en un amor que nunca encuentra su fin. Es así como en los evangelios contemplamos a Jesús en una constante palabra y acción y viceversa. Cuando sanaba a un enfermo, se dirigía a él con palabras y ejecutando acciones específicas. Al enseñar a sus discípulos les hablaba en parábolas que siempre llevaban a sus interlocutores a pensar y actuar buscando el reino de Dios. En el momento más extremo de su vida, la crucifixión, aun ahí, él expresa palabras de perdón para sus verdugos, sin dejar de sangrar. Aprendamos de Jesús, pues hoy nos puede venir un grave peligro en la vida creyente, y es que estimando mucho la acción dejemos de lado la palabra, y lo que la provoca, la inteligencia, el pensamiento y el buen espíritu. También podríamos estimar solo la palabra, el razonamiento y el buen espíritu, y nos olvidemos de la acción. Los extremos nos traen en la mayoría de las ocasiones muchos problemas, y estos extremos no son la excepción. En la vida de la religión en general se puede caer en extremos desde este punto de vista: podemos dar mucha importancia a aquello que es contemplativo y dejamos lo activo, podemos centrarnos demasiado en lo divino y olvidamos lo humano, podemos solo orar y dejamos de lado el trabajo. Otras veces le dejamos el trabajo sólo a Dios y nosotros cruzamos nuestros brazos. La vida social y política no está ajena a esta dicotomía. Ya sabemos que muchas promesas envueltas en bellas palabras no siempre llevarán a acciones concretas en lo social. Todas estas realidades vistas y vividas dicotómicamente delatan que, la palabra no siempre se hace carne, y que la carne no siempre se hace reflexión o palabra. La frase bíblica: “el Verbo se hizo carne” nos haga pensar cómo debemos hacer el bien a los demás, al entrar en la dimensión de la verdadera solidaridad; no sólo con acciones, no sólo con palabras, sino con ambas unidas, en una perfecta síntesis de sentido y de realidad.
Padre Gabriel Becerra.