Jesucristo, en una conversación apasionada con sus discípulos, les dice: “he venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuanto deseo que esté ardiendo!”. Con un lenguaje extremo, Jesús desea tocar el corazón de sus amigos para llevarlos a la comprensión de su misión. En este lenguaje aparece el fuego como protagonista; que en las Sagradas Escrituras es característica propia del poder de Dios. En la plenitud de los tiempos, este Fuego divino a entrado en el corazón de la iglesia naciente por el fuego abrazador del Espíritu Santo. Espíritu que enciende los corazones de los temerosos apóstoles en el cenáculo, y que los impulsó a una acción evangelizadora sin precedentes. Impulsados por ese mismo fuego, todos los años vivimos en este mes agosto, de manera muy singular “un tiempo de solidaridad”. Hemos reflexionado dónde está el origen de toda acción solidaria (Edición del 5 de agosto de 2022), y sabemos que toda la vida de Jesús fue una constante solidaridad. Que él es la coronación del amor de Dios por la humanidad, que es abrazada, justamente en ese fuego del corazón del Padre. San Alberto Hurtado, nuestro querido padre Hurtado – como se le suele llamar en Chile – es la representación y modelo viviente de esta solidaridad divina por la humanidad. Y lo hace de manera magistral y apasionada, como “un fuego que enciende otros fuegos”. El mismo padre Hurtado al mostrar su fuego interior por los hermanos escribe: “amarlos apasionadamente en Cristo, para que la semejanza divina progrese en ellos, para que se rectifiquen en su interior, para que tengan horror de destruirse o de disminuirse, para que tengan respeto de su propia grandeza y de la grandeza de toda creatura humana, para que respeten el derecho y la verdad…”. Con la pasión que lo caracterizaba, este insigne hombre de Dios mostró a su generación – no con pocos problemas – que aun siendo difícil el seguimiento de Cristo, es imposible impedir ese fuego que arde en nuestro corazón y nos impulsa a amar intensamente a los demás, sin condiciones. Entonces, tomando las palabras del mismo Cristo “¡como deseo que esté ardiendo!”, es, en ese deseo hecho carne, acción perenne de amor por la humanidad, donde tanto el padre Hurtado como nosotros, debemos encaminarnos ¡ahora, ya! No es difícil concluir una enseñanza de las palabras de Cristo: Ser solidarios con el mismo fuego de Cristo, tiene que ver con hacer de la humanidad una verdadera humanidad, hacer del amor un verdadero amor, hacer de la libertad una verdadera libertad, hacer de nuestra sociedad una verdadera sociedad, hacer de la solidaridad una verdadera solidaridad, tan silenciosa como operante como la de Cristo, como la apasionada marcha de amor del padre Hurtado. Diría sin temor a equivocarme que hoy la solidaridad es el puente que nos puede unir y fundir en su solo fuego de amor y no de destrucción, sin distinción de credos, de ideologías y de sesgos de ningún tipo. Si no es ella ¿Quién o qué podrá ser? Solidaridad es resueltamente la perenne búsqueda del bien común, que atraviesa como una espada ardiente todo el espectro social, prácticamente nadie se niega a ella, es decir, al respeto irrestricto y radical por la humanidad. Seamos sin miedo, fuegos solidarios, fuegos que enciendan otros fuegos.
Padre Gabriel Becerra