Sobre la calidad o falta de calidad de la propuesta de constitución se ha oído bastante; sobre las ideologías que caracterizan a la vieja y aquellas que impulsan la nueva constitución aún más, pero hay una forma de preguntarnos sobre la decisión que podemos tomar el próximo 4 de septiembre que parece haber quedado definitivamente en el tintero. En esta pequeña columna trataremos de sacarla de su escondite.
Esta forma de evaluar nuestra decisión guarda relación con la vida de las ideas y con sus dinámicas internas. Es justo, por lo pronto, preguntarse si las ideas tienen vida. Podemos decir que, de un modo figurado, sí. Que ellas tienen orígenes diversos, que se esparcen u ocultan según condiciones específicas y que, además, requieren diferentes esfuerzos de parte nuestra para “tenerlas”. Hay por ejemplo ideas que pertenecen al ámbito privado, en lo íntimo o en el hogar y todo lo que conforma este espacio. También hay otras ideas que corresponden al ámbito público, donde se dan los asuntos de la comunidad que somos y de la política, por tanto.
Concentrémonos en una idea importante para todos nosotros, una idea que es para todos familiar incluso si no hemos dedicado mucho tiempo a darle una vuelta: Chile es un país injusto. Esta idea para la que todos –o casi todos– tienen una propia compresión está además detrás de aquello que hemos llamado estallido social, de la violencia y de las marchas que comienzan el año 2019. Esta es la razón, la familiaridad de esta idea, por la que aquel 18 de octubre cuando estábamos frente a la tele o a nuestros computadores y celulares viendo como el metro de Santiago ardía, nadie debió explicarnos que sucedía, todos lo sabíamos ya, independiente de que esto nos asustara o infundiera esperanza o ambas. Lo mismo pasa con las multitudinarias marchas que seguirían en los próximos días y semanas.
Todos (o casi todos, pero no lo diré más) habíamos tenido esa idea, o más bien, ella nos había tenido a nosotros. Hablamos sobre esto en las micros, en los colectivos, en la pega y en la casa. A veces por las jubilaciones, las colusiones o la salud. Solo muy poca gente parecía no tener una comprensión para esto. Pero, como dije al principio, las ideas tienen su propia vida y esta idea no era una que perteneciera al ámbito privado, solo se había refugiado ahí, en la conversa en el metro o en el almuerzo en el trabajo, incluso en nuestros memes y redes sociales. Esta idea era claramente una que pertenecía en la luz de lo público. ¿Por qué se había colado en nuestros hogares y se había quedado ahí? Porque nuestra política, la vieja y cansada política chilena, no era capaz de hacer la principal tarea que la política debe hacer: administrar el cambio. Una política de calidad es aquella que permite y administra las transformaciones sociales del mejor modo posible. Así es que la idea del Chile injusto no pudo nunca salir a la luz, pero como las ideas tienen vida, esta siguió pujando, incluso hasta romper una salida. La violencia es también una forma, la más indeseable, de aparecer en la luz pública.
Las ideas ético-políticas, es decir aquellas sobre lo que somos como comunidad necesitan volverse reales en la esfera pública y solo encuentran satisfacción cuando se revelan ante los ojos de todos. Siempre que tales ideas y comprensiones se quedan en lo íntimo, en la conversación familiar, en el comentario en el trabajo o incluso en discursos de redes sociales, se mantendrán en un estado de irrealidad, una picazón que no se puede rascar, un malestar que no encuentra cura.
Lo que “todo el mundo sabe” –las iniquidades, las injusticias, la corrupción, etc.– pero no encuentra un camino para transformarse en una solución política concreta tiende a explotar. Explota pues busca, incesantemente, un modo de expresarse públicamente y volverse finalmente real.
El plebiscito del próximo 4 de septiembre es un modo de ofrecerle realidad a esta idea que nos “tiene” –queramos o no– y que no nos soltará hasta que pueda ver la luz pública en la forma de un actuar político efectivo. Pertenece, por su puesto, al ejercicio democrático decidir si aprobar o rechazar, o bien, encontrar la propuesta brillante o paupérrima, pero debemos saber, que la idea del Chile injusto seguirá pujando hasta liberarse de ese escondite que le ha impuesto una política ineficaz que pretende ahora reformar en un futuro lejano. Claro debe quedar que esto es negocio para las personas que quieren ver la explosión y para aquellas que se benefician de lo injusto. Quizás sea entonces necesario considerar que el día del plebiscito también se puede votar en contra de estas.
El rechazo a la nueva constitución, si bien plenamente democrático como alternativa, nos pone, en términos de la energía con la que tratamos en este momento, ante la obligación de mantener a la fuerza un Chile que ya caducó y, por tanto, del brusco nacimiento, más temprano que tarde, de ese nuevo mundo que ya habita de todas formas en todas nuestras conversaciones.
Daniel Michelow
Investigador Asociado UOH