Hemos escuchado después de haber cometido un error: ¡eres un inconsciente! Y después de haber hecho algún bueno: ¡qué consciente eres! Deducimos de manera simple, que existe una estricta relación entre nuestra conciencia y nuestros actos. Desde una mirada teológica, la iglesia católica, en su último concilio ecuménico, el Vaticano II, nos dice respecto a la conciencia: “es el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella”. Es decir, es desde este “lugar” íntimo desde donde el individuo puede realizar las valoraciones éticas de sus actos y de su ser, sus decisiones como persona y creyente. Desde este lugar sagrado el ser humano hace la debida valoración de sus relaciones consigo mismo, con Dios, con los demás seres humanos y con el mundo. La conciencia es una experiencia interior, no tangible ni medible y cualitativamente superior a todos los procesos naturales. También el Concilio afirma que “En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente”. Y así, poseemos la capacidad de hacer el bien, porque obedecemos a esa voz interior que nos susurra y conduce a hacer lo bueno, buscar el bien de los demás, a pedir perdón cuando nos equivocamos. Para un cristiano, independiente de su denominación, existe un patrón o modelo de conducta en la vida: Cristo, el Señor. La forma de actuar entonces debiera ser consecuente y coherente con los mandatos del Maestro, para que la vida personal y comunitaria sean más plenas. Somos entonces, seres creados a imagen y semejanza del Creador, capaces de Dios, capaces de Amor, y que es imposible soslayar tal responsabilidad creatural. Descubrimos también que ser creados por Dios no nos exime de la relación permanente con los otros en el mundo, y aun sabiendo de nuestra condición de seres consientes y libres, la vorágine cotidiana nos puede hacer entrar súbitamente en crisis al momento de tomar decisiones, las que no solo nos afectarían particularmente sino también socialmente. Es por eso, sabiendo que existe esta dimensión singular en el ser humano, que es lugar de intimidad con Dios, desde donde conocemos la realidad a la luz de la verdad – debemos actuar con responsabilidad frente a la a esta realidad que nos corresponde vivir y cuidar: la familia, nuestro querido país Chile y el mundo. Cada paso mío consciente, será el retroceso o el avance para muchos. Hoy por lo menos, saber aquello, ya nos hace un poco más responsables, porque “a quien más se le da más se le exigirá”.
Gabriel Becerra Ortiz. Párroco Asunción de María – Lo Miranda. Asesor Pastoral de la Salud. Diócesis de Rancagua.