Hermanos y hermanas:
Hoy una de las palabras que nos salen llenas de cariño al despedirnos es “cuídate”, sí, qué buen deseo que hemos de acoger y tomar en serio; pero este cuídate ha de llevar también aquello de que deseo cuidarte, preocuparme de tu bien, no quiero que te sientas solo y, si en algo andas mal, quiero tratar de darte una mano y caminar a tu lado para ayudarte a encontrar los caminos adecuados. Sí, hemos de estar atentos unos a otros: el hermano, el amigo, ese familiar, el compañero han de importarme y he de sentirme responsable de suerte.
Hoy en el mundo, en la vida de la Iglesia y en nuestros ambientes hemos de procurar crecer en una cultura del cuidado y respeto por el otro, Pasos importantes se van dando, se crece en una concientización que esta realidad nos compete a todos. Dolores grandes vividos, abusos, femicidios, bullying diversos, muertes violentas, nos han llevado a despertar y sentir que todos hemos de hacer algo por cuidarnos. Somos responsables unos de otros, he de sentir al otro como alguien que me pertenece y, por lo tanto, la tarea es cuidarnos. Para que esto, tan necesario en el mundo de hoy, lo hagamos bien, hemos de comenzar por cuidar de nosotros mismos: hemos de vigilar los sentimientos de nuestro corazón, porque de ahí salen las intenciones buenas y malas, las que construyen y las que destruyen.
El Papa Francisco al inicio de su pontificado nos decía: “El custodiar es una dimensión humana que corresponde a todos. Custodiar toda la creación, la belleza de la creación…tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en que vivimos. Hemos de custodiar a la gente, preocuparnos por todos, por cada uno, con amor, especialmente de los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Hemos de preocuparnos uno del otro, en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y, luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Porque hemos de cuidarnos, hemos de vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien… todo está confiado a nuestro cuidado.
Que ese “cuídate”, con el cual tantas veces nos despedimos, lo asumamos todos, no sólo como un deseo o una advertencia, sino como un compromiso: “te cuido” porque vales y eres importante para mí. Si fallamos en la responsabilidad de cuidarnos, entonces, gana la destrucción y el corazón se queda árido. Si de verdad nos cuidamos unos a otros, tendremos mejor vida, seremos más humanos.
Qué Dios los bendiga.
+Guillermo Vera Soto
Obispo de Rancagua