Julio César Moreira
Fotos: Nico Carrasco.
Recién habían cosechado. Para que los vegetales no perdieran su frescura, optó por rociarlos. Estaba en esa tarea, cuando un ruido la puso en alerta. Miró por la ventana. Un hombre intentaba ingresar a su casa.
Fue hasta la cocina. Tomó la escopeta, y salió.
El ladrón, que osaba robarle los porotos nuevos, se quedó rígido cuando vio el cañón frente a su cara.
-¡Sale, desgraciado, antes que te dispare un par de balazos!- fue su seca advertencia. El delincuente huyó, como alma que lleva el diablo, saltando por el corral de los chanchos.
-Creí que a esta hue…se le iba a caer (se iba a asustar)-, fue el comentario que el individuo le hizo a su compinche, quien lo esperaba en las afuera de la propiedad.
Y es que doña Rosa Herminia Rojas Arena, fue siempre una chiquilla de armas tomar y decidida a todo.
A los 7 años ya montaba a caballo y desafiaba a su padre a una carrerita, cabalgando en su fiel “Buitre”.
Así ha sido siempre, señala hoy esta mujer nacida un 17 de abril de 1926, allá en el Fundo Santa Carlota, en el sector de El Trapiche.
A sus 96 años, mantiene la misma prestancia que alababa el inquilinaje del predio agrícola donde creció, Don Arturo y Doña María Elena, sus progenitores.
Reconoce y especifica haber tenido una infancia libre y feliz, haber asistido a un colegio de Baquedano, al que llegaba a pie. “Era lejos venir a la escuela y no es tanto lo que estudié. Estuve hasta tercer año (primaria). Hasta ahí quedé”.
A muy temprana edad- junto con jugar al luche, la ronda, saltar la cuerda o colgarse de unos palos, junto a sus hermanas y hermanos- acompañó a su padre en las labores agrícolas. Aprendió a arrancar porotos, cortar maíz y otras tareas de la chacra familiar.
-Lo pasé muy bien cuando joven. Mis padres eran muy buenos. Los hijos, en ese entonces, eran respetuosos con los padres. No como ahora. Antes uno era tranquilo y muy obediente. Mis hermanos, desde joven se pusieron a trabajar. Ahora los cabros salen con tremendas leseras-
Como ella era muy buena para el caballo, ayudaba a su madre en las compras.
-Me venía por El Trapiche. Por ahí por El Molino mandaba a guardar el caballo y me iba a comprar las cosas a un almacén grande que había ahí. Volvía ligerito con mis cosas-
Un día descubrió que arrancar porotos y cortar maíz, y en general las tareas de la tierra, le hacían doler los brazos.
-Le pedí permiso a mi papá, para trabajar en Rancagua. Me fui a trabajar con un doctor y después con una señora que me ofreció más plata-
Pero retornó a su casa. Siguió realizando las compras y disfrutando el montar a caballo. En ese ir venir al pueblo, se encontró con el amor de su vida, quien le declaró sus sentimientos sin que ella tuviera que apearse de la bestia.
-Con sus años de experiencia, ¿qué mensaje le entregaría a la juventud actual?-
Los cabros de ahora son muy prepotentes. Hablan cosas que no deben hablar. Andan puro disparateando. Eso no lo encuentro bueno.
Cuando yo era joven no se veían esas cosas. Ahora, Chile está echado a perder.
-Y a las autoridades ¿qué les aconsejaría?-
Que a los ladrones los tengan bien firmes, porque hay muchos. A mí me robaron y me dejaron sin la ropa de cama y una señora me tuvo que prestar ropa para taparnos. Tienen que poner mano firme, es su advertencia.
-¿Qué le gusta hacer, a sus 96 años?-
Me gusta coser, plantar flores; tomar té con las chiquillas. Nos reímos y mucho y tomamos tecito.
Todo empezó por un saco de harina
En una de las tantas idas a comprar a Baquedano, esta vez mandada por su padre, Rosa Herminia vio que un apuesto joven, parado en una esquina, claramente la estaba esperando a ella.
Sabía que se llamaba Luis Navarrete Ureta.
“Yo iba a caballo y me hizo parar. Yo le dije: ¿Qué quiere, que lo lleve en anca. Yo le dije que no y que me contestara qué es lo que quería”.
-Hace tiempo que ando detrás de usted, pero usted no me da ni boleto. Es que quiero pololear con usted-, fue la confesión del jovenzuelo.
Sin bajarse de su caballo, Rosa sólo atinó a dos frases, “le voy a contestar después, hasta luego” y espoleó su cabalgadura.
Su madre le pidió ir a buscar un saco de harina al almacén cercano, pero no lo suficiente como para que la Rosita dejara su caballo.
Hizo la adquisición y la subió sobre el cuadrúpedo. Nuevamente Luis la acompañó, sujetando el saco de harina, para que no cayera de la grupa del animal.
Al llegar a su casa, su padre realizaba corta de porotos y vio que a su hija la acompañaba alguien del sexo opuesto.
Le preguntó, de inmediato, si estaba pololeando con el muchacho. “Yo le dije, sí papá. Él me está hablando de pololeo, pero yo todavía no le he dicho nada”.
-Es un buen muchacho, hácele juicio ( escúchalo), pero con respeto. Tú no debes andar coqueteando, porque es lo más feo para una mujer. Déjalo que venga para acá. Yo converso con él y ahí vas a quedar pololeando- fue el comentario y consejo.
Y así ocurrió. Finalmente se casó con el joven que le ayudó con el saco de harina. Es decir con su primer pretendiente. “Eso ahora ya no se ve. No se ve que alguien se case con el primer pololo. Ahora se juntan no más”, termina Doña Rosa.