Por: Julio César Moreira.
Haberse criado descalzo, nadar en la acequia destinada a los animales, trabajar y quedarse sin padre a temprana edad, dice que no dañaron, en nada, los buenos recuerdos de su niñez.
“Me siento orgulloso de haber vivido acontecimientos tristes. Eso a uno lo hace andar con la frente en alto y no agacharse (rendirse) ante nada ni nadie; porque todo se lo debemos a nuestro esfuerzo”, dice hoy, a sus 84 años, Manuel Juvenal Boza Villarroel.
La sabiduría del tiempo le ha enseñado que guardar rencores o resentimientos no sirven para vivir más y mejor.
Pese al abandono de su padre, se queda con los valores que le inculcó, José Boza Gilbert.
“Él nos aconsejó ser siempre honrados, el tener las manos limpias. También nos enseñó a respetar a las personan que están sobre uno. Nos dijo que si a uno le ponen un jefe joven, hay que respetarlo, para que si usted mañana ocupa un cargo alto, va a querer que lo respeten”, es el principio que lo ha regido en su larga vida.
Admite que los padres de antes “eran guapos”(estrictos), pero que eso mismo ayudaba mucho a la formación de hijos respetuosos de los mayores.
Echa de menos esos tiempos, aduce, cuando los niños “nos entreteníamos“ y no eran presa de tanto consumo. ”Usábamos ojotas. Con esas chalitas uno se sentía feliz de meterse en el barro, porque no había nada que cuidar. A mí me gustaba mucho correr, subir al cerro, a los árboles. La mayoría de los cabros eran así. Íbamos a los cerros a buscar leña y la vendíamos, para tener el sustento de la casa”, rememora, mientras uno de sus nietos lo observa y escucha atentamente.
– ¿Qué ocurrió con su padre?-
Mi papá nos dejó. Éramos todos niños,8 hombres y 3 mujeres. Mi papá se fue a Santiago, porque era medio loquillo. Nosotros, los menores, no discriminamos a mi papá por eso. Los mayores sí. Mi papá se las sabía todas. Todo se lo preguntaban a él, porque para todo tenía respuesta. Murió pasados los 80 años.
-¿Y su madre?-
Se fue a los 95. Se enfermó tanto lavar ropa; porque en ese tiempo no había máquinas. Se escobillaba y machacaba la ropa para sacarle la mugre.
Mi mamá también trabajó ordeñando vacas. Y nosotros nos bañábamos en las acequias por donde corría el pichí de las vacas, porque nosotros nos criamos en el Fundo La Granja; de Baquedano hacia abajo. Pero también en Lo Miranda y Totihue.
-¿Cómo era Rancagua cuando usted era niño?-
Aquí en La Urmeneta- donde vive actualmente-no había nada. Estaba la población Centenario, donde había un retén de carabineros. Yo pasaba a caballo por ahí, porque mi papá administraba el Fundo Los Kilos. A mí me mandaba a la panadería de Germán Riesco, a buscar la “galleta”( un pan moreno) para los trabajadores.
No fue el único oficio agrícola que ejerció. En el Fundo El Milagro, de propiedad de los Nareto, Manuel, aún muy niño, cortó moras, limpió canales, hizo defensas en el río. “Por eso no tengo resquemores ni rencores con mi padre, ni con nadie
Remarca que todo corresponde a una Rancagua muy distinta a la de ahora. Se refiere a una ciudad que se extendía entre la Acequia Grande (Freire), Millán, la Alameda, la población Esperanza y San Francisco. Baquedano eran “puros potreros”, señala Manuel.
“En la Alameda, se hacían carreras a caballo. La cancha de carrera estaba al lado norte, entre Illanes, hasta Recreo. Había una pileta de agua frente al hospital y ahí llegaban las victorias tiradas por caballos. Cuando corríamos a caballo se armaba una tremenda polvareda”, cuenta Boza.
Pese a todas estas incomodidades y sacrificios, insiste en que tuvo una infancia y, más tarde, una juventud feliz. Le gustaría, acota, “volver a lo antiguo”.
Por ejemplo, a las caminatas que hacían de Lo Miranda a Rancagua, cuando él y sus hermanos eran “lolitos” y se venían a “pegarnos unas sangoloteadas a Aurora. Nunca nos pasaba nada. Nadie peleaba”.
Concluida su vida en el campo, logró ingresar a la Braden, durante la administración de los “míster, los gringos”, donde laboró hasta 1999, después de 32 años de trabajo.
“Allí empecé de cero y en las vacaciones hasta supervisaba, porque aprendí de todo, ya que los jefes lo autorizaban a uno. Yo era muy trabajólico y por eso, los jefes no querían que me viniera”.
-¿Qué le queda por hacer, a sus 84 años?-
Todavía me queda mucho por hacer. Principalmente por mis nietos.