Julio César Moreira
Fotos: Nico Carrasco
Tenía 7 años, pero Toñito- así lo llamaban entonces-, a su corta edad, ya sabía lo que quería ser y hacer en la vida…
¡Vendedor de diarios!
Pero no cualquiera vendedor, sino de esos que lo gritan en la calle, sin importar la hora, la lluvia, el frío, el calor o lo peligroso del sector.
Hoy, con 76 años, Don Toño, como lo conoce todo el sector oriente de Rancagua, sigue convencido de que no existe un trabajo más bonito.
“Voy a morir gritando el diario en la calle”, dice sin mayor vacilación.
Antonio Ruiz Figueroa llegó muy niño a Santiago. Venía de Cherquenco, una localidad rural de la Araucanía, a los pies del volcán Llaima.
El ruido de la capital, los vehículos y las construcciones no llamaron tanto su atención, como el kiosco ubicado en la Estación Central, de propiedad de una señora cuyo nombre no recuerda.
“A la señora le pedía diarios y me iba a la Estación Central. Me subía a los coches de los trenes a vender. Desde cabro chico me gustó. La gracia y lo bonito que yo encontraba era gritar el diario. Por eso, actualmente sigo haciéndolo. No sé si soy el único. Esa era y sigue siendo mi pasión, lo que a mí me gusta”, confiesa con alegría.
Lo mejor de su oficio, agrega, es que le permite recorrer las calles, encontrarse con mucha gente y sobre todo, gritar, sin que nadie lo haga callar.
¡El Diario-ó!, acentuando la segunda O, es su marca registrada, y por la que sus clientes lo identifican “de lejos”.
Aunque su historia habla de otras “pegas” que ha ejercido (nota aparte), la venta de diarios sigue siendo lo fundamental de su existencia. Tanto así que ni el cáncer que le aqueja han logrado sacarlo de la calle, ni acallar su característico voceo.
Don Toño llegó a Rancagua, en la década del 70. Venía casado y con una hija.
Acá empezó “sacando El Rancagüino, para venderlo en el negocio que armamos. Pero no aguanté y empecé a salir a la calle; porque sabía que a la gente le gustaba eso y todavía le sigue gustando”, confiesa, con una sonrisa de satisfacción y agradecimiento hacia sus fieles clientes.
Con orgullo admite ser querido por todas las personas. “A mí me conocen los buenos y los malos. Los delincuentes, porque aquí ha habido cualquier bandido, me preguntan ¿por qué la gente lo respeta tanto? Yo les digo: Si yo te respeto a ti, tú tienes que respetarme a mí. Nada más. Lo mío es clarito”, asevera, aclarando que en el pasado el vendedor de diarios estaba en la calle a las 3 y media o 4 de la madrugada retirando los ejemplares.
Tiene la satisfacción de no haber sido nunca “cogoteado; por eso yo resalto que soy y he sido feliz, porque la gente me quiere mucho en la calle”.
-Entiendo que, a sus 76 años, sigue vendiendo el diario en la calle-
Lo voy a seguir haciendo hasta que no den más las fuerzas.
-¿Sigue vendiendo El Rancagüino?-
Si pues. Lo entrego, porque tengo clientes fieles por más de 50 años y que aún están vivos. He atendido hasta la quinta generación que me compra el diario. Me han dejado el diario los papás, las hijas, las nietas y bisnietas.
Yo vendía muchos diarios. Un día vendí 2.500 Rancagüinos en la plaza. Eso fue cuando murió Genaro, de los Transportes Genaro, una persona que tenía camiones y llegaba al Quijote.
–A usted que le gusta el diario papel y gritarlo, ¿qué siente ahora que tiende a desaparecer? –
Me da un poco de pena, porque ya no vendo lo que vendía antes, cuando los domingos lo menos que vendía eran 1.500
-Usted está pasando por una enfermedad muy complicada, pero sigue vendiendo diarios-
Es que me gusta mucho. Después que me hicieron las operaciones por cáncer a la próstata y al colon, todavía me están colocando quimio, el doctor me dijo bien claro: Don Antonio, ¡no quiero que se quede en casa, encerrado!
Y le hizo caso.
“Hoy sigo saliendo con mis diarios bajo el brazo, porque estoy habituado a esta actividad y así sigo caminando y viendo a la gente. Soy feliz viendo a la gente y vendiendo el diario”, remarca, sin una un atisbo de duda.
-¿Qué le dice su familia?-
Ellos son felices. Mis hijos trabajaron conmigo, desde chiquititos, en los diarios. Mi hija, que hoy tiene 50 años, a los 7 me acompañaba en el triciclo, a las 3 y media o 4 de la mañana, a buscar los diarios. Los 4 se formaron dentro de los diarios.
-¿Sigue gritando el diario?-
Yo le grito todavía. La gente se ríe y cuando no paso me echan de menos. La gente me siente de lejos. La garganta todavía me aguanta.
Yo podría haber hecho otra cosa. Pero esto me gusta desde niñito. Creo que voy a morir gritando el diario.
Promueven reconocimiento público
Antonio Ruiz Figueroa (76), nació el año 1946, en la sureña Cherquenco. Sus padres fueron Antonio y Margarita.
Muy pequeño se fue a Santiago. Estudió en el colegio Francisco Echeverría, donde cursó primero medio.
Trabajó en una industria de recauchado de neumáticos. Practicó boxeo, llegando a ser campeón de los barrios, categoría pluma. Fue sparring de Juvenal Órdenes. Pero también vendió leña, parafina e instaló un negocito de abarrotes.
Casado con Mirna García Reyes, llegó a Rancagua, en donde formó su hogar y construyó su casa en el sitio que se hermana Graciela le cedió en la calle José Emilio Infante.
Ha sido fundador y dirigente del Club Deportivo Manuel Rodríguez y, dirigente de la junta de vecinos del sector.
Por su dilatada trayectoria, pero esencialmente por ser “diarero”, distintas organizaciones, redes sociales y vecinos están promoviendo el reconocimiento público de Don Toño.