Un nuevo año se aproxima, proliferan los buenos deseos y se trata de dejar atrás los hechos que no fueron tan buenos o definitivamente malos del año viejo. Los mismos años pasados nos han enseñado a fuerza que, necesariamente, debemos evaluar y proyectar. Evaluamos el tiempo que se va y proyectamos el tiempo que se viene. Es que los seres humanos definitivamente estamos marcados por “el tiempo”; pero en rigor qué es el tiempo para una persona que vive la vida según las reglas de la experiencia, ¿será que es solo nacer, desarrollarse y morir? La pregunta libre que nos podemos hacer (siempre es sano y bueno hacerse preguntas) ¿existe el tiempo realmente? No se puede tocar, oler, ver, oír ni gustar, cuál es su evidencia. En términos de tiempos básicos de la vida humana existe el pasado, el presente y el futuro. El pasado ya fue, el presente es un suspiro fugaz atrapado por el pasado, y el futuro es una promesa, y un constante devenir; pareciera entonces que, en esa dinámica temporal, lo más seguro es la incertidumbre existencial. Existe una frase del gran filósofo y teólogo Agustín que nos puede iluminar acerca de lo que es el tiempo: “si nadie me lo pregunta, lo sé; si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé”. Si a este insigne santo le complicó el tema del tiempo, ¿qué más nos queda por decir a nosotros? Antes y después de este bastión cristiano existieron filósofos que buscaron insistentemente descifrar el enigma del tiempo. Hasta nuestros días. Diría que todo ese pensamiento de búsqueda se resume en dos canales de reflexión: el primero es que el tiempo es algo subjetivo – personal y el segundo que el tiempo es algo externo al individuo. Me detendré en el primer canal de reflexión – el subjetivo – donde san Agustín sintetiza el tema del tiempo en tres términos fundamentales: memoria – atención – espera, es decir, la memoria dice relación con el pasado que es lo que se recuerda, el presente dice relación con lo que se está atento y el futuro dice relación con lo que se espera. Nuestro Señor, en diálogo con sus discípulos en el discurso del monte (Evangelio según san Mateo capítulos 5 al 7) les dirá una frase que nos puede aliviar esta densa reflexión sobre el tiempo: “Así que, no se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá sus propias preocupaciones. ¡Ya bastante tiene cada día con su propio mal!” (Mateo 6,34). Me parece que nuestro Señor relativiza aquello que llamamos tiempo (futuro) y lo supedita a la vida, sí a la vida. Para Jesús lo más importante no es qué es el tiempo, sino QUE HACEMOS CON EL TIEMPO; pues el Cronos (el reloj) debe estar siempre supeditado al Kairós, es decir al tiempo de Dios, que es definitiva el tiempo traspasado de eternidad. San Agustín sigue esta dinámica cristológica y teológica que es, en definitiva, la que nos debe interesar, pues la memoria o pasado nos debiera remitir a los creyentes al origen y al desarrollo de la existencia humana y del mundo. Sin esta memoria del origen como génesis del amor y la libertad de Dios al crearnos; difícilmente podríamos avanzar con sentido o significado en la vida. La atención o el presente nos debiera lleva a vivir la vida con la conciencia del amor sin límites, porque ¿quién de nosotros podría decir que el verdadero amor no tiene memoria o que no tiene futuro? El presente o la atención está preñada de memoria y deseosa no solo de espera sino de esperanza. El estar haciendo el bien permanentemente nos remite a lo eterno, a la entrada en ese camino de la verdad y de la vida, que es el mismo Jesús. Necesariamente amigos debemos pensar qué hemos hecho con el tiempo. Es por eso por lo que los invito a ver el tiempo como un regalo de Dios. Ya se viene el año nuevo 2023, les pido que recordemos estas triada: memoria – presencia – espera y ubiquemos en cada una de ellas nuestras acciones como una manera de evaluar y proyectar lo más importante: la vida como un regalo de Dios; eso sí siempre remitida al Bien y al Amor, y si pensamos por un momento el tiempo, que sea la gran posibilidad de ser verdaderamente creaturas y no dioses. Amigos, definitivamente ¡no somos eternos!.
Gabriel Becerra Ortiz. Asesor Diocesano de Salud.