El 13 de marzo del 2013, a media tarde, vimos a través de la televisión que en Roma, desde la Capilla Sixtina, salía humo blanco, clara señal de que ya teníamos un nuevo Papa. Fueron minutos de expectación esperando conocer al nuevo sucesor de San Pedro; pronto vimos aparecer en el balcón de la basílica de San Pedro, al hombre que había escogido para sí el nombre de Francisco. Grande fue nuestra sorpresa al saber que el nuevo Papa era vecino nuestro, como no, si había sido hasta hace unos minutos el arzobispo de Buenos Aires y ahora era el Pastor Universal. Gran alegría y esperanza y, como creyentes, a rezar todos por él como nos lo pidió antes de impartir la bendición Urbi et Orbi.
Han pasado diez años desde ese momento, diez años de sentir que de alguna manera podemos decir el Papa Francisco llevó un poco los aires de esta Iglesia americana al centro de la cristiandad y para el mundo. Lo vimos desde un primer momento como un Papa muy cercano, acogedor, cariñoso, algo tan propio de esta cultura americana, sus discursos y la guía que comenzó a dar a la Iglesia tenían mucho de Aparecida, la conferencia y texto donde él había participado tanto; sí, ahora todos los cristianos en el mundo estaban llamados a ser más discípulos y misioneros y ponernos en actitud de misión, a estar en salida.
Notable fue el gesto que tuvo el Papa en una de sus primeras salidas, oportunidad que fue a Lampedusa, la primera tierra que tocaban los migrantes que desde África deseaban llegar a Europa. Ahí quiso rezar en esa tierra que para algunos era de esperanza y para otros el lugar donde llegaban sus restos luego de haber naufragado en el mar.
El Papa se mostró así, como el pastor compasivo que deseaba mostrar al mundo realidades que a veces no queremos ver y de las cuales hemos de saber hacernos cargo. Él nos invitaba a saber tocar la carne de Cristo en los pobres y sufrientes en los descartados de este mundo.
El Papa deseoso de hacer actual el Evangelio nos hizo aprender y llenar de sentido palabras como: periferia, descarte, pastores con olor a oveja, misión, hacer lío y ahora sinodalidad, entre otras; palabras que hemos de hacer nuestras y que nos han de ayudar a vivir la fe de una manera más comprometida.
El Papa Francisco al igual que los anteriores quiso salir a abrazar a todos por eso sus viajes, entre ellos, Chile. No olvido el momento en que tuve la oportunidad de recibirlo en Iquique, poder conversar a solas son él, poder hablarle en la gran Misa del Norte, momentos sin duda inolvidables. Su visita fue un gran regalo y un momento para llamarnos a entrar en camino de una más y sincera conversión como Iglesia que caminamos en Chile, camino que debemos recorrer siempre.
Al celebrar este aniversario, como obispo les ánimo, hermanos y hermanas, a que crezcamos en cariño y cercanía al Papa, oremos mucho por él, como nos lo pide, la tarea que tiene sobre sus hombros es muy grande y por lo mismo nos necesita. Que en la comunión de los santos el Papa sienta que desde nuestra diócesis sube una fuerte corriente de oración pidiendo que lleno del Espíritu Santo él pueda guiar a la Iglesia y ser un faro de esperanza con sus palabras y vida para nuestro mundo.
Con la Iglesia rezamos: “Que el Señor lo guarde y llene de vida y lo haga santo en la tierra y no lo entregue en manos de sus enemigos, Amén”.
+ Guillermo Vera Soto
Obispo de Rancagua