Quienes buscan una isla verde en el entorno de un paisaje fuertemente alterado por la ganadería, y crecientemente parcelado por el uso habitacional, la encuentran a tres pasos del ambicionado pueblo turístico de Panguipulli, en el Noreste de la Región de Los Rios.
Se trata de un predio forestal de 140 ha en el que se está conservando un bosque nativo sano e intacto cuyos dueños aplican un manejo muy cercano a la naturaleza y estrictamente sustentable. Eso lo comprueba un sendero que lleva a los Turista – en pequeños grupos – de una joya silvestre a la siguiente, guiado por un Ingeniero forestal de la vieja guardia y su mujer, también amante de la naturaleza.
Nos hacen entrar por un bosque de altos y esbeltos Robles, al que por sus “solo” 65 años de edad los califican de “joven”. Son resultado de un “disturbio en los años 60 del siglo pasado que había echado mucha luz al suelo – lo que sólo el Roble supo aprovechar formando una nueva generación de bosque con sus brotes de tocón sin que debía plantarse un solo renuevo.
El sendero sigue por este bosque secundario, copihues cuelgan de las ramas las que habían alcanzado trepando con sus tallos en forma de espiral. Al mismo tiempo se detectan algunos de sus frutos – pequeñas berenjenas verdes – que datan de la floración del año anterior.
Un breve alto nos familiariza con las fragancias de las hojas del Laurel y de la Tepa. Se nos enseña el fruto negro del Lingue, tan apreciado por las torcazas, que en miniatura parece a la palta lo que no es casualidad: El Lingue y el Palto son del mismo género, botánicamente hablando. Y de repente nos enfrentamos a un tremendo Ulmo: Seis personas se necesitarían para abrazar este tronco que en altura mide sus buenos 40 metros. El guía nos cuenta de su opulenta floración en febrero y del zumbido que originan las mil abejas, atraídas por su néctar. Nos asusta el llamado de advertencia del Chucao, nos acompaña el canto melancólico de la gallereta y escuchamos el chillido de un grupo de Choroyes que nos sobrevuelan.
Luego entramos en un bosque viejo, una catedral formada por pilares de Roble pellín, de Laureles y Ulmos, tesoro no solamente por su antigüedad y biodiversidad sino también en términos económicos, como nos explica el Ingeniero forestal: “La tarea es, no dejarse llevar por la codicia. Hay un plan sobre 40 años en los que se van cosechando paulatinamente los gigantes más viejos con una técnica que se llama “entresaca selectiva”, cada dos años un solo árbol por ha, y – formándose así un pequeño claro en el estrato de las copas – se plantan 10 nuevos robles por cada veterano cortado”.
En seguida, entre los viejos troncos, se vislumbran bancos ordenados en media luna: “Nuestro santuario”, como se nos explica. Y se nos habla de los beneficios “intangibles”, de los valores espirituales que aportan los bosques y que han inspirado poetas y compositores de anclar estos valores en la cultura de los pueblos. La cosmovisión de los Mapuches da testimonio del aliento espiritual que emana de estos bosques naturales. Nuestro guía saca un flamante libro de su mochila: “Veinte poemas sobre joyas silvestres en el Sur de Chile” es su título. El mismo y su mujer son los autores de esta pequeña obra ilustrada, y los poemas se encuentran en ambos idiomas, español y alemán. Se declama uno de estos poemas que resume lo que hemos visto y escuchado hasta ahora.
Siguiendo el sendero se llega a un tipo de bosque muy distinto. Un humedal. El suelo en que crece se inunda en inviernos muy lluviosos. Aparecen especies arbóreas que no hemos visto antes. Coigües, y varios representantes de Mirtáceas como Arrayanes, Lumas, Temus y Pitras. Un reservorio de biodiversidad tanto en fauna como en flora.
Eso fue el circuito corto, hay uno más largo que incluye medidas de la silvicultura, plantaciones con especies nativas, raleos y diferentes medidas de cuidado.
Valía la pena esta caminata que termina con un ascenso por un trecho del sendero que sube zigzagueando hasta llegar al punto de partida.
Ruta T-39, Panguipulli – Sector Ñancul, Km. 7 , 5210000, Panguipulli
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