El estudio de la obra de Picasso (Málaga, 25 de octubre de 1881 – París, 8 de abril de 1973) del que ahora se cumplen cincuenta años de su muerte, no solo se ha adentrado en su talento y en todas sus perspectivas como artista, precursor del cubismo, del arte contemporáneo…, sino también en las sombras de su personalidad, pero poco quizás en sus relaciones con las mujeres de su vida, sus amantes, sus compañeras y musas que inspiraron al artista.
Y es que los genios son humanos, y como tales, poseen debilidades inconfesables, nubarrones, grises o sombras como cualquier mortal. Muchos han sido personalidades atormentadas o muy complicadas, o poco convencionales para la época que les tocó vivir, algo que en el terreno artístico es muy frecuente. Pensemos en Miguel Ángel, Caravaggio, Goya, Van Gogh, Pollock… por citar solo entre los “genios” de la historia del arte.
En el caso del pintor malagueño esas “sombras” vertebraron todo lo relativo a sus relaciones afectivas, hacia las mujeres de su vida, sus amores o compañeras, pero también hacia sus hijos, a los que tampoco poco dedicó mucho tiempo. Gran seductor, tuvo varias mujeres al mismo tiempo. Le costaba romper el lazo que le unía a ellas llegando a mantener varias relaciones a la vez, la saliente y la nueva.


LAS MUJERES QUE AMARON A PICASSO.
La primera relación duradera de Picasso fue Fernande Olivier, la musa de la llamada «época rosa», su amor de juventud. Ella estaba casada cuando comenzó su relación con un Picasso todavía desconocido. Una relación que duró unos siete años, hasta 1912, cuando el malagueño la deja -poco a poco, como hará con todas-, al interesarse por otra mujer.
Fernande murió en 1966 y dejó escrito un libro «Amar a Picasso», publicado en 1988, al existir ente ellos un pacto que impedía su publicación mientras ambos vivieran.
Eva Gouel fue la pasión de Picasso, cuando él emprendía su etapa cubista, pero enfermo y murió muy joven, en 1915, quizás de tuberculosis. «Amo a Eva» fue una de las muestras de amor que le regaló y la pintura «L’Enfer» (El infierno) refleja el sufrimiento que vivió al perderla.
La bailarina rusa Olga Khokhlova, o Koklova , fue su primera esposa, la mujer con la que el malagueño formó lo más parecido a una familia tradicional y muy burguesa y la madre de su hijo Paulo. Vivieron un matrimonio feliz el tiempo que duró, que no fue mucho, pues pronto aparecieron los problemas principalmente porque pertenecían a clases sociales muy diferentes, pero sobre todo cuando Olga se enteró que existía otra mujer -una jovencísima Marie-Therese Walter- a la que dejó embarazada. Olga le abandonó y se fue lejos del pintor pero se resistió a concederle el divorcio, hasta muy tarde, por cuestiones monetarias y por seguir siendo ella la verdadera Madane Picasso.
Marie-Thérèse Walter era una joven rubia e ingenua, de solo 17 años, de la que quedó prendado Picasso, casi treinta años mayor. De aquella relación nació su hija Maya, pero sólo un año después de este nacimiento, el pintor empezó a perder el interés al encontrar una nueva amante.
El imán que Picasso ejercía sobre sus mujeres era tal que muchas establecieron una dependencia tan fuerte con el pintor que acababan en una sumisión casi enfermiza. Fue el caso de Marie-Thérèse que le siguió amando toda su vida. La mujer que le inspiró para gran parte de los famosos 100 grabados «Vollard Suite» y de decenas de cuadros más, se suicidó solo tres años después de la muerte del pintor al no poder entender la vida sin él.


Y ¿quién era el nuevo amor de Picasso? La fotógrafa Dora Maar, una mujer independiente e intelectual con la que podía conversar más ampliamente y testigo de excepción del proceso de creación del «Guernica» (1937). Su relación duró alrededor de ocho años, pero de idas y venidas, pero que al final le llevaría a romper con Marie-Therese. Picasso pintó una serie de cuadros como «The Weeping Woman» (la mujer que llora) que representan imágenes tristes. Dora tampoco superó la ruptura con el pintor y sufrió tiempos difíciles emocionalmente. No se suicidó, pero vivió con depresiones… Murió casi a los 90 años en 1995.
Otra joven de 21 años, y estudiante de pintura que admiraba al genio malagueño, se empeñó en conocerlo a Picasso toda costa. Y vaya si lo conoció. Era Françoise Gilot que con una personalidad envidiable dada su edad llegó a presentarse sola en su casa. Los 41 años de diferencia con el artista no parecieron ser obstáculo para que se entendieran aquella aprendiz de pintora con el maestro. Así lo cuenta la propia Gilot en su libro “Mi vida al lado de Picasso” escrito mucho tiempo después, y donde narra como le visitaba en su estudio, día sí y día también, hasta que la tomó como amante.
Como era habitual en él, y todavía unido a Dora, Picasso, comenzó una relación con Françoise que duró otros diez felices años, durante los que nacieron dos hijos Claude y Paloma. Gilot era una buena pintora, pero precisamente por su relación con Picasso devaluó su pintura.
Tuvo una relación con otra joven, Genevieve Laporte, de 17 años, quien le entrevistó para el periódico de la escuela y cinco años después de aquel encuentro ocasional comenzó un romance mientras seguía viviendo con Françoise. Durante este período, el pintor vivió lo que se denominó una leve etapa de ternura, y si observamos la obra fue la única mujer que retrató sonriendo.
En 1953, ya con 71 años, Picasso conoció a Jacqueline Roque de 26 años con quién se pudo casar tras la muerte de Olga en 1955. Una nueva imagen femenina más adulta y relajada se refleja en sus obras. Fueron veinte años de matrimonio y la mujer junto a la que murió el 8 de abril de 1973. Trece años después, en 1986, otra insoportable ausencia llevaría también a Jacqueline a quitarse la vida.

Amalia González Manjavacas.
EFE Reportajes