Gloria Astudillo Directora Escuela Pedagogía en Educación Física Universidad de Las Américas
Los niños y adolescentes que se desarrollan y forman en ambientes seguros, desafiantes y respetuosos, derivan en adultos autónomos y transformadores de sus realidades, capaces de convivir en la diversidad y aportar al desarrollo y la cultura.
Buena parte de estas competencias se adquieren desde la corporalidad y las emociones, que matizadas con las exigencias académicas y orientadas desde las competencias pedagógicas adecuadas y graduales, permiten un despliegue social acorde con los patrones culturales de cada realidad territorial. Así, la mirada de las comunidades escolares se vuelca a los profesores de educación física.
Relevar el rol de esta disciplina en el escenario nacional de pospandemia, implica repensar esta asignatura desde la formación inicial y las prácticas cotidianas de los profesionales que la ejercen, abandonando las prácticas centradas en el rendimiento y los estándares biológicos, y avanzar gradualmente a un ejercicio docente como lo explicitado en el Plan de Reactivación Educativa del Ministerio de Educación de este año y en los Objetivos de Desarrollo Personal y Social del Mineduc en 2017, los que tienen como propósito “articular el conjunto de aprendizajes que niñas y niños requieren desarrollar para enfrentar sus interacciones desde la confianza, seguridad y valoración positiva de sí mismos y de los demás, y así disfrutar su presente”. La evidencia señala que niños que viven experiencias lúdicas, cooperativas e inclusivas de lunes a viernes, al comienzo del día, durante 30 minutos, repercuten no solo en buenos y mejores aprendizajes, sino que reducen la violencia escolar y contribuyen a mayores niveles de convivencia.
Al mismo tiempo, adquirir el hábito de realizar actividad motriz para una vida activa a temprana edad, desde la escuela y los entornos inmediatos, mediado por docentes y reforzado por adultos significativos, más una alimentación saludable, ha demostrado tener efectos positivos en la prevención de enfermedades y en el mantenimiento de la salud global.
Una educación física desde una perspectiva humanizadora y con un enfoque hacia el desarrollo de la motricidad resituada en las necesidades de una sociedad pospandemia, puede aportar hacia una población escolar más empática, inclusiva, cooperativa, sustentable y fraterna, que reconozca en la motricidad y su despliegue valórico desde la niñez, la piedra angular para el buen vivir en las escuelas.