Por Héctor González Valenzuela.
EXPLICACIÓN
El relato de la Batalla de Rancagua puede ocupar largas páginas, o aún más, puede ser materia de un libro completo, como algunos que ya se han escrito.
Aunque sólo trataremos de resumir lo que otros han dicho, es tanto lo que se ha escrito sobre ese episodio trascendental de la historia chilena, que se haría extenso y fatigoso.
Sin embargo, por ser éste el hecho de mayor importancia en la Historia de Rancagua, pues fue la acción que sacó a la villa del anonimato y colocó el nombre de Rancagua en las páginas más dramáticas de la historia, no podemos dejar de darle alguna extensión al relato de la Batalla. Sin omitir hechos interesantes o de importancia, trataremos de abreviar lo más posible.
Se han escrito libros, folletos, monografías, artículos sobre este acontecimiento, que ha sido considerado desde diversos puntos de vista: patriótico, militar, “o’higginista”, “carrerista”, educativo, sentimental, novelesco, poético, etc. Los han tratado plumas bien documentadas, llenas de erudición; otras que adolecen de algún defecto, omisiones, pasionismo, o simplemente otras que han escrito relatos sencillos, o en los que ha campeado libremente la imaginación.
En las siguientes líneas, trataremos de hacer una descripción simplemente informativa, desde el punto de vista eminentemente local si se quiere, evitando en lo posible citas, documentos, detalles técnicos, mientras no sean indispensables para la mejor comprensión y sin dar opiniones tajantes con respecto a la conducta de los jefes que intervinieron o sobre el valor más o menos estratégico de las acciones o del lugar escogido para realizarlas.
ESTUDIO DE SITUACIÓN
El General Bernardo O´Higgins, Comandante de la Primera División del Ejército patriota, había observado la situación y la conformación especial que tenía la villa de Rancagua, o Santa Cruz de Triana, y se había formado el convencimiento de que era un lugar muy apropiado para defenderse, en el posible caso de que el enemigo lograra atravesar el río Cachapoal.
Así se lo hizo observar a José Miguel Carrera, en diversos oficios y comunicaciones. En algunos de ellos le expresa:
“El punto de Rancagua es de suma importancia para el enemigo y para nosotros no hay otro igual en todo el Reino. Se puede hacer en él una vigorosa defensa sin exponer mucha tropa ni aventurar la acción, aún cuando nuestra fuerza sea la quinta parte menos”.
“Nos toma el enemigo el único lugar de defensa, el punto de Rancagua, desde el momento que suceda, casi preveo la infeliz suerte de Chile”. “Rancagua es el punto que debe decidir nuestra suerte”.
“Con mil hombres de infantería, 300 de caballería de fusil; igual número de lanceros, la culebrina de a 8 y el obús, yo soy responsable de que el enemigo no penetrará en Rancagua jamás”…Sin embargo, Carrera era partidario de defender la Angostura. Pero, finalmente hubo acuerdo en elegir a Rancagua como punto de defensa, si no se lograba detener al enemigo en la línea del río Cachapoal.

PREPARATIVOS DE DEFENSA
El día 20 de septiembre de 1814, los rancagüinos vieron llegar a la villa al General don Bernardo O´Higgins, al frente de más de mil hombres que formaban la Primera División.
Después de conferenciar con las autoridades locales y exponerles su plan, se pidió la ayuda de las Milicias de Rancagua, y de la gente del pueblo para iniciar de inmediato los trabajos de fortificación. Con adobes, ladrillos, piedras, maderos, y otros elementos, se construyeron trincheras en las boca-calles distantes una cuadra del centro de la Plaza.
La configuración especial que le dio el fundador a la villa, hace que desde el centro de la Plaza salgan cuatro calles formando una cruz. Estas trincheras eran especialmente de adobes, de un metro a un metro cincuenta de altura, dispuestas en forma de ángulo, de modo que en cada boca-calle quedaban tres, cada una en diferente dirección.
Para identificarlas, se les denominó con el nombre de la calle y el punto geográfico en que se encontraban: la del Sur o de San Francisco (en las esquinas de las actuales calles del Estado y O´Carrol); la del Norte o de La Merced (en las actuales calles del Estado y Cuevas), la del Oriente o del Este (en las actuales Germán Riesco y Alcázar) y la del Poniente o del Oeste (en las actuales Independencia y Campos).
En estos preparativos Rancagua vivió los días siguientes, envuelta en la mayor zozobra, ante la inminencia de acciones bélicas de impredecibles consecuencias.
MOVIMIENTOS DE TROPAS
El día 27 se supo en el pueblo que don Juan José Carrera, al mando de la Segunda División, había llegado a acampar a la “chacra de Valenzuela”, ubicada más o menos a una legua al oriente de Rancagua.
El día 30 don José Miguel Carrera se encontraba, junto con la Tercera División, en los Graneros del Conde o Graneros de La Compañía, como se conocía a ese lugar, a 11 kilómetros al norte de Rancagua.
Un pequeño grupo de soldados se quedó ese día en la villa, mientras Bernardo O´Higgins con los hombres de la Primera División y parte de los de la Segunda, se fue a vigilar los diversos vados del río Cachapoal, atentos a tratar de impedir el paso de los realistas que, según se supo, ya estaban en La Requínoa, a pocos kilómetros de la ribera sur del río.
Al anochecer del día 30 de septiembre, existía la certidumbre de que se acercaba el momento de una batalla. Es de comprender los temores de la gente del pueblo. Los hombres fueron ocupados en los trabajos de fortificación de la plaza y ayudando a los soldados. Algunas familias lograron salir de Rancagua hacia lugares alejados. Las mujeres acudían a las Iglesias a rezar y luego se encerraron en sus casas, con sus niños y con los ancianos, mientras la noche comenzaba a caer lentamente.

PRIMER DÍA DE BATALLA
La mayor parte de la noche del día 30 transcurrió en vela para los soldados patriotas. Las patrullas recorrían las márgenes del río en los lugares que se les habían asignado. Los habitantes de la villa apenas si podían conciliar el sueño escuchando el galope de caballos y los movimientos de tropas.
Al amanecer del sábado 1º de Octubre, se supo en la villa, con dolorosa sorpresa, que Osorio había cruzado, antes del amanecer, sigilosamente, el río Cachapoal, por el vado de Cortés, al poniente de Rancagua.
La División de Juan José Carrera, que se vio en peligro de quedar aislada decidió replegarse de inmediato al interior de Rancagua. El capitán Labbé, ayudante de Juan José, galopó a comunicarle a O´Higgins lo que estaba pasando. El General, al comprender que la defensa de la línea del río ya no era posible, ordenó también el repliegue de la Primera División, encerrándose en el pueblo, tal como se tenía proyectado para tal emergencia.
La precipitación con que se realizaron estos movimientos, hizo que las Milicias de Caballería de Aconcagua, que comandaba el Coronel don José María Portus, no tuvieran tiempo de tomar posiciones y se dispersaran. Previamente trataron inútilmente de entrar en Rancagua, lo que privó a los patriotas de unos 1.200 hombres.
DENTRO DE RANCAGUA
La mayor confusión se desató en el interior del pueblo, cuando se supo que el ataque enemigo se aproximaba. O´Higgins penetró en la villa alrededor de las 8 de la mañana. Un espléndido sol primaveral se remontaba lentamente por el lado cordillerano y sería testigo mudo del drama que comenzaba a desarrollarse.
Cerradas las trincheras, O´Higgins pasó rápida revista a las defensas y subió luego al techo del Cabildo, en la Plaza, desde donde examinó la forma en que el enemigo estaba distribuyendo sus fuerzas para rodear al pueblo. De acuerdo a lo que pudo apreciar ordenó que sus hombres se ubicaran, en las cuatro trincheras, en la siguiente forma:
En la calle de La Merced, al norte, el capitán José Antonio Sánchez, con 100 soldados y dos cañones.
En la trinchera de San Francisco, al sur, los capitanes Antonio Millán y Manuel Astorga, con 200 hombres y 3 cañones.
En la calle de Cuadra, al poniente, el capitán Francisco Molina con 2 cañones y 150 soldados.
Y, finalmente, en la trinchera del oriente, el capitán Hilario Vial, con 100 hombres y dos cañones.
El resto de los hombres fue concentrado en la Plaza, con la caballería al mando de Ramón Freire y del capitán Rafael Anguita, para que pudieran acudir en cualquier momento a prestar apoyo en el lugar de mayor peligro.
En los techos de las casas cercanas a la Plaza y en los campanarios de las iglesias de La Merced y Parroquial, puso a varios fusileros, encargados de hostilizar al enemigo.
Entretanto, los habitantes de la villa de Rancagua, vivían las horas de mayor angustia de sus vidas. Los hombres ayudaban ardorosamente a los soldados. Las mujeres, los ancianos y los niños, permanecían encerrados en sus casas o rezando dentro de las Iglesias.
O´Higgins estableció el Cuartel General en la casa del lado sur del costado oriente (donde hoy está el edificio de la Gobernación Provincial) En las casas del costado nor-poniente fue instalado un rudimentario hospital de sangre (donde hoy se levanta el edificio de la Delegación Presidencial).

BANDERAS NEGRAS EN RANCAGUA
Para demostrar al enemigo la decisión de los patriotas de luchar hasta morir, O’Higgins ordenó “banderas negras de guerra a muerte”.
En lo alto de La Merced hizo colocar uno de los paños funerarios que se usaban en las ceremonias de la iglesia. Esa fue la famosa “BANDERA NEGRA” de Rancagua. En la misma torre, en el campanario de la Parroquia y en el techo del Cabildo, como así mismo en las trincheras, se colocaron banderas de la Patria Vieja, con un crespón negro.
El historiador Julio Bañados dice: “Aquellos emblemas del color de la noche, más parecían adornos de un funeral. Era, a la vez, un reto desesperado al enemigo y al triste luto que, con anticipación, ponían los hijos de la Madre Patria, antes de morir, cubiertos de glorias inmortales, entre las ruinas y el incendio de Rancagua”.
Vicuña Mackenna cuenta que en el grandioso desfile de homenaje a O’Higgins, de 1872, al ser inaugurado el monumento ecuestre a su memoria, “un grupo de 25 inválidos, sobrevivientes de la guerra de la independencia, presididos por el Sargento Rufino Saez, desfilaron escoltando la “BANDERA NEGRA” de Rancagua, que sobre fornido mástil llevaba el último de los combatientes de aquel heroico asalto”…

O’HIGGINS TOMA EL MANDO
El mando de las tropas encerradas en Rancagua, debió haberle correspondido a Juan José Carrera, comandante de la Segunda División, por ser el oficial más antiguo, pero éste decidió entregar a O’Higgins esta responsabilidad. En los apuntes de John Thomas, atribuidos a O’Higgins, se cuenta que Carrera le dijo:
“General y amigo: usted tiene toda la fuerza a su mando, pues, aunque no tengo orden de entregarle mi División, considero que usted le dará la dirección acertada que siempre acostumbra, y porque se que mis granaderos lo han de seguir a usted adonde quiera guiarlos”.
O’Higgins agradeció la deferencia, aceptó el mando y se aprestó a luchar en defensa de la Patria.
COMIENZA EL ATAQUE
Osorio, entretanto, rodeó completamente la villa y distribuyó sus fuerzas para poder atacar a las cuatro trincheras patriotas. En la Cañada (Alameda), dejó a la caballería a las ordenes de Eleorraga y Quintanilla, y él se instaló con su cuartel general en una amplia casa del lado sur, donde comenzaba el camino hacia el Cachapoal (donde está actualmente la Casa de la Cultura).
Más o menos a las 10 de la mañana, las fuerzas realistas iniciaron el ataque a la plaza.
Desde el lado norte avanzaron unos mil hombres de los batallones Valdivia y Chillán, la mando de Lantaño y Carvallo, con 4 cañones.
Por el sur atacaron los Talaveras, el Real de Lima y los Húsares de la Concordia, al mando de los oficiales Maroto, Velasco y Barañao, apoyados por 6 cañones y con un total de 900 hombres.
Por el oriente avanzó el coronel Ballesteros, con 4 cañones y los batallones Concepción y Voluntarios de Castro, con unos 1.400 hombres.
Por el poniente, el ataque estuvo a cargo de los dos batallones de Chiloé con 4 cañones, al mando del Comandante Montoya.
La batalla se inició casi simultáneamente por los cuatro lados. En la trinchera sur o de San Francisco, el ataque comenzó minutos antes con una carga en columnas cerradas de los Talaveras, al mando de Rafael Maroto. Los patriotas los dejaron acercarse lo más posible, aguardándolos en silencio, y cuando los tuvieron a su alcance, les lanzaron una lluvia de balas que los obligaron a replegarse en confusión, dejando la calle cubierta de cadáveres.
En las otras trincheras sucedió algo parecido y al cabo de una hora de sangriento combate, los realistas se replegaron y suspendieron el fuego.
Osorio que, seguro de su éxito, descansaba en la casa elegida para cuartel, fue informado del rechazo sufrido por sus tropas y, enfurecido, ordenó al coronel Manuel Barañao que atacara de inmediato con la caballería de Húsares. Sin embargo, el resultado fue el mismo: a pesar de la impetuosidad y valentía con que atacaron los realistas, una nueva lluvia de metralla los detuvo y obligó a replegarse.
Barañao ordenó a sus hombres desmontar de sus caballos y los reorganizó en una nueva columna que, durante varios minutos, sostuvo un duelo de fusilería con la trinchera patriota.
Protegidos del fuego de los fusiles, el capitán español Vicente San Bruno comenzó a construir con sus Talaveras una trinchera enfrentando a las del sur de los patriotas, a una cuadra de distancia (hoy esquina de calles del Estado y Gamero), empleando para ello toda clase de objetos: sacos de tierra, muebles, vigas y hasta atados de charqui que sacaron de las casas vecinas.
Por el norte y oriente, los capitanes Sánchez y Vial contenían otros ataques realistas, mientras por la calle de Cuadra (hoy Independencia), el capitán Molina hacía prodigios de valor junto a sus hombres, conteniendo un poderoso ataque enemigo.
O’Higgins recorría incansablemente todas las trincheras, sable en mano, dando órdenes, infundiendo valor y ayudando a sus soldados.
Al mediodía los realistas cortaron el abastecimiento de agua del pueblo, que entraba por acequias que salían del canal que atravesaba la Cañadilla del Oriente (se denominaba popularmente la “acequia grande”, que desapareció en 1962) y la Cañada. Esta agua servía tanto para el riego como para la bebida y con esa operación los patriotas fueron privados de un elemento precioso para sus vidas y para sus armas.
Poco después se suspendió el ataque. En el intertanto, los realistas construyeron nuevas trincheras frente a las de los patriotas. Estos aprovecharon para recoger sus muertos, atender a sus heridos y reforzar sus propias trincheras.

REINICIAN ATAQUES
Más o menos a las 2 de la tarde se reanudaron los ataques, con más violencia que en la mañana, con el objetivo de dar por terminada la batalla.
La trinchera realista de San Francisco ocasionaba fuertes daños a los patriotas, por lo que O’Higgins concibió un plan audaz: apoderarse de ella. Llamó hasta la plaza a un grupo de 50 hombres escogidos, les puso a la cabeza al subteniente Nicolás Maruri y al alférez Francisco Ibañez y les encomendó la difícil y temeraria tarea. Estos hombres protagonizaron uno de los episodios más heroicos de la sangrienta jornada. En forma resuelta, desafiando las balas enemigas, salieron por la trinchera del sur y atacaron cuchilla en mano la trinchera realista, matando a casi todos sus defensores. Después que la desbarataron, ataron con lazos dos cañones del enemigo y volvieron con ellos a la Plaza.
El detalle de esta acción muestra hechos casi increíbles, pero plenamente confirmados por testigos. Cuando Maruri trataba de volver a la plaza, por ejemplo, le comunicaron que en el interior de una de las casas, en el patio, se encontraba un destacamento de Talaveras esperando que pasara para cortarle la retirada. Sin perder un instante, subió al techo de una casa vecina y desde allí les lanzó una granada de mano que diezmó a los enemigos, lo que le permitió volver a la plaza. Los patriotas celebraron el hecho con muestras de alegría y O’Higgins, en ese mismo sitio, ascendió al subteniente Nicolás Maruri al grado de capitán, por su arrojo y valentía.
En las otras trincheras se registraron también hechos que constituyeron extraordinarias muestras de heroísmo. Después de dos horas de combate encarnizado, más o menos a las cuatro de la tarde, los realistas se replegaron de nuevo y suspendieron su tercer ataque.
EL CUARTO ATAQUE
Unas tres horas más tarde, más o menos a las siete, cuando ya estaba anocheciendo, las cuatro trincheras de los defensores recibieron el cuarto asalto enemigo.
Las escenas de la tarde se repitieron. Otras dos horas de horrible combate terminaron con un nuevo repliegue de los asaltantes, cuando las sombras de la noche ya envolvían a Rancagua.

LA NOCHE HORRENDA (1 al 2 de octubre de 1814)
Una noche horrenda para Rancagua fue la del primero al dos de octubre. Nadie durmió. Los habitantes y los soldados patriotas vieron transcurrir las horas en vela. Faltaba el agua, cortada desde temprano, y la sed comenzaba a secar las gargantas. De pronto, las casas del pueblo comenzaron a iluminarse por varios puntos con grandes llamas rojas. Osorio había ordenado incendiarlas para obligar a los patriotas a abandonar la Plaza.
Se inició la lucha contra los incendios, mientras se trabajaba para reparar las destruidas trincheras. Los muertos eran amontonados en uno de los patios y el Hospital de sangre, improvisado, no daba abasto para atender a los heridos y moribundos. El silencio de la noche era interrumpido por algunos disparos aislados, el trepidar de las llamas, el jadear de los hombres y el lamento de los heridos más graves.
Los realistas tampoco dormían. Hacían planes para acabar con la increíble resistencia, rescataban a sus muertos y atendían a sus heridos. Toda la noche estuvieron haciendo forados y destruyendo murallas en el interior de las casas, para acercarse a la Plaza, y atacar por sorpresa sin exponerse al fuego directo de las trincheras. Destacó en esta labor el que habría de convertirse en el terrible y funesto guerrillero Vicente Benavides.
UN MENSAJE A CARRERA
Mientras la noche envolvía al pueblo, O´Higgins se reunió con los Jefes y Oficiales en la casa del cura, en el rincón de la plaza junto a la Iglesia Parroquial. Se acordó enviar un emisario a José Miguel Carrera, que debería estar en los Graneros del Conde, para pedirle que acudiera con los hombres de la Tercera División a prestarles ayuda. Se hacían conjeturas sobre el inexplicable retraso de este Jefe para atacar.
Un soldado, cuyo nombre desgraciadamente no se ha conservado, aceptó el grave riesgo de salir de la Plaza sitiada para llevar el mensaje a Carrera.
Se dice que disfrazado de mujer y con una decisión y valentía a toda prueba, salió cruzando por el interior de patios, saltando murallas y escalando tejados, eludiendo las patrullas enemigas y logrando, tras muchas peripecias, atravesar todas las filas realistas para correr gran parte de los más de diez kilómetros hasta llegar al Campamento de Carrera.
El breve mensaje, escrito por O´Higgins en papel de cigarrillo decía simplemente: “Si vienen municiones y carga la Tercera todo es hecho”.
Al amanecer, el heroico soldado de Dragones volvió a burlar las líneas realistas y estuvo de vuelta en la Plaza con la siguiente respuesta: “Municiones no pueden ir sino en la punta de las bayonetas. Mañana al amanecer hará sacrificios esta División. Chile para salvarse necesita un momento de resolución”.
EN EL CAMPO REALISTA
En el Cuartel de Osorio hubo también reunión de oficiales. El Jefe realista era partidario de abandonar el sitio de Rancagua, que le estaba costando tantas vidas y replegarse al otro lado del Cachapoal, considerando que, con la resistencia que desplegaban los patriotas, sólo se conseguiría un inútil derramamiento de sangre. Además, estaba temeroso de las consecuencias de su acción, porque había atacado desobedeciendo órdenes superiores recibidas dos días antes, de regresar con sus tropas.
Sus oficiales trataron de convencerlo de que continuaran el ataque al pueblo sitiado, que no podría resistir mucho más, lo que se traduciría en una victoria.
Ocurrió entonces un incidente que no ha sido confirmado. Se ha dicho que por la noche desertaron dos soldados patriotas que pasaron a las filas españolas. Ellos informaron a Osorio que a causa de la falta de agua, de víveres y de municiones, los sitiados no podrían resistir otro asalto. Este hecho habría terminado por decidir al Jefe realista de no abandonar el sitio.
EL SEGUNDO DIA (2 de octubre)
Cuando el sol comenzó a levantarse nuevamente tras la Cordillera, presagiando un hermoso y cálido día de primavera, las tropas realistas iniciaron un nuevo y más violento ataque contra las trincheras de la Plaza.
Los patriotas, alentados con la noticia de que don José Miguel Carrera atacaría al amanecer con su División, pelearon con más valor y grandes esperanzas. En ese primer ataque del día, el enemigo fue nuevamente rechazado.
O´Higgins subió una vez más a la torre de la iglesia de La Merced, esperando divisar a la Tercera División que vendría en su ayuda. Sus ojos escudriñaron inútilmente el horizonte: hacia el norte se destacaba el cerrito llamado Pan de Azúcar, junto a los Graneros del Conde, pero no descubrió ningún indicio de movimiento de tropas.
Muy preocupado, O´Higgins bajó de su puesto de observación, dejando arriba a un oficial encargado de avisarle en cuanto notara que la Tercera División se acercaba. Aquella torre, fue “el pedestal de la esperanza”…

El final del drama
Más o menos a las 10 de la mañana de aquel trágico 2 de octubre de 1814, el oficial patriota que vigilaba desde la torre de La Merced gritó:
– “¡Viva Chile!”….
Y se bajó a dar cuenta al General O’Higgins que se veía una nube de polvo al norte de la Cañada de Rancagua.
La noticia de que llegaban los tan esperados auxilios corrió por las trincheras, renovando el ardor de los defensores de la plaza, que en ese momento comenzaban a recibir el segundo ataque del día.
Entretanto, don José Miguel Carrera se estacionó en la quinta De la Cuadra, en las llamadas ”casas coloradas”, a más o menos tres kilómetros de la Cañada y envió a su hermano Luis a tomar posesión de los callejones que salen de Rancagua. Éste sostuvo un fuerte tiroteo con los realistas, que tuvieron que volver la boca de sus cañones hacia el norte.
Osorio envió a detener a la Tercera División antes de que llegara a la Cañada, a los escuadrones de Eleorraga y Quintanilla que, a su vez, se empeñaron en combate con los hombres comandados por los hermanos José María y Diego José Benavente. Las avanzadas de la división de Carrera llegaron a menos de tres cuadras de la Cañada de Rancagua.
O’HIGGINS CONTRATACA
O’Higgins, que desde la torre de La Merced miraba ansiosamente los avances de la Tercera División, dio órdenes a sus hombres de pasar al contraataque, ya que era inminente la llegada de las ayudas prometidas.
Los patriotas, llenos de entusiasmo ante la nueva de que los refuerzos ya llegaban a Rancagua, atacaron a los sitiadores, especialmente en las trincheras de San Francisco y en la del poniente, donde perdió la vida el valiente comandante Hilario Vial.
Por la del poniente, el capitán Molina atacó con gran ímpetu, salió de su trinchera e hizo una verdadera carnicería entre los realistas de la calle de la Cuadra, volviendo enseguida a la Plaza.
Por la trinchera del norte o de La Merced, salieron los capitanes Ibañez y Maruri y obtuvieron nuevos éxitos, volviendo a la plaza con armas y municiones capturadas al enemigo.
“A las 11 y media de la mañana del 2 de octubre, Rancagua era una victoria”…
LAS ULTIMAS HORAS
O’Higgins, incansablemente, impartía órdenes y dirigía el combate. Subido en el techo del Cabildo y viendo que las vanguardias de Carrera atacaban a los realistas en la Cañada, creyendo segura la victoria, mandó que hicieran repicar las campanas de las iglesias de La Merced y Parroquial.
Los patriotas sitiados, entre tanto, veían agotarse sus municiones y podían atacar solamente cargando a la bayoneta. Apenas contestaban a los disparos del enemigo y trataban de descansar un momento de la dura lucha de más de 26 horas, sofocados por el esfuerzo y por el humo de los incendios que invadían la plaza.
Bernardo O’Higgins, convencido de que vencerían con la ayuda de Carrera, se bajó de su puesto de observación y comenzó a dar órdenes para el ataque final.
De pronto sintió gritos de los soldados que observaban desde el techo del Cabildo. Se acercó y alcanzó a oír que gritaban:
– “¡Ya corren!”….Ya corren!”…
Preguntó:
– ¿Quién corre?”…
Y le contestaron:
– “¡La Tercera División!”…
Rápidamente subió a la torre de La Merced y sus ojos vieron un espectáculo inconcebible: los soldados de la Tercera División, que habían llegado hasta la Cañada, corrían desordenadamente, perseguidos por los realistas, en tanto que, a lo lejos, el grueso de las fuerzas que comandaba don José Miguel, se retiraba en dirección a los graneros del Conde.

PROFUNDA DECEPCION
Cuenta una tradición, recogida por historiadores, que don Luis Carrera, al ver que no podía ayudar a los sitiados y que su hermano José Miguel no se resolvía a un ataque en forma y que, por el contrario, ordenaba el retiro de las tropas, rompió su espada en un momento de rabia y desesperación.
Los patriotas de Rancagua se creyeron traicionados, pero O’Higgins supo infundirles nuevo valor y siguieron resistiendo a los ataques cada vez más furiosos de los realistas que, viendo que se alejaban los refuerzos, redoblaron sus tentativas de apoderarse de la plaza.
Carrera explicó después su actitud diciendo que al oír repicar las campanas y al constatar que no se disparaba desde la plaza, creyó que ésta había capitulado y, temiendo que le cortaran el paso por la Angostura, hizo retirar su División.
Era el mediodía. El sol y las llamas de los incendios sofocaban a los heroicos defensores. La sed se hacía insoportable. Los víveres se habían terminado y municiones apenas si quedaban.
Durante cuatro horas más prosiguió la fiera batalla. Se cuenta que, agotadas las municiones, se cargaron las baterías con pesos fuertes y que, para poder disparar, tenían que humedecer los caldeados cañones con orines, a falta de agua. El incendio llegaba hasta las casas mismas de la plaza. En una de ellas estaba el depósito de pólvora, que estalló con gran estrépito, causando numerosas bajas entre los patriotas.

LA HEROICA RETIRADA
O’Higgins tomó entonces la resolución heroica de abrirse paso con los sobrevivientes, por en medio de las trincheras y abandonar el pueblo. Más de las dos terceras partes de los defensores habían muerto. Hizo reunir en la plaza a todos los caballos que quedaban (280 más o menos) y ordenó que montaran todos los que pudieran. Unos 300, más o menos, lo hicieron y lanzando adelante algunas mulas y caballos sueltos, salieron impetuosamente por la trinchera de La Merced, pasando por sobre los realistas que trataron inútilmente de detenerlo.
Los detalles de esta retirada son impresionantes. El caballo de O’Higgins, herido, no pudo saltar una trinchera y el general se vio obligado a desmontarse y, junto a sus soldados, remover precipitadamente los escombros y pasar al animal casi en el aire.
El camino que siguió O’Higgins en su retirada fue el siguiente, mencionando las calles con sus actuales nombres: desde la plaza por Estado norte hasta Cuevas, dobló a la derecha y siguió por esa calle hasta Almarza; después, a la izquierda hasta Cáceres; nuevamente a la derecha, hasta Zañartu, y de ahí a la Alameda, camino de la Pampa hasta el camino de La Compañía.
A la salida del pueblo, fue atacado por algunos realistas y uno de ellos le lanzó un sablazo que detuvo su asistente Jiménez. Otro de sus soldados, de apellido Soto, disparó y dio muerte al atacante y le quitó el caballo, que fue cambiado por el de O’Higgins, que ya apenas caminaba.
John Thomas, que hizo una relación detallada de la batalla, que ha servido de base para todos los que han querido relatarla, describió la última escena del drama, con estas tan conocidas palabras:
“El sol se ponía, y el caudillo chileno, echando una última mirada hacia el sitio donde quedaban sus compañeros, sólo vio en el horizonte una columna de humo que se levantaba al cielo en el silencio apacible de la tarde: aquel humo era Rancagua!”…