Aunque no existan similitudes en tiempo y forma, el significado más profundo de la palabra sigue
presente en nuestro diario vivir, incluso dos siglos después.
Hoy lunes, 2 de octubre, conmemoramos un nuevo aniversario de la Batalla de Rancagua, gesta
heroica que, a pesar de cumplir 209 años, sigue presente de manera cotidiana en la mayoría de los
habitantes de nuestra ciudad, esta vez -quizás- de una forma mucho más profunda que antes.
Porque el orgullo y sentimiento de pertenencia son sólo algunos de los aspectos que nos acercan a
uno de los acontecimientos históricos más importantes que ha vivido nuestro país. La lucha y
pelea constante por lo que uno cree y ama, en cambio, son sin duda lo que más nos relaciona con
lo que aconteció el 1 y 2 de octubre de 1814.
Esta vez sin un armamento ni una estrategia a la que aferrarse, los habitantes de Rancagua hemos
debido batallar -de alguna u otra forma- con los innumerables obstáculos que se han interpuesto
en nuestras vidas. Muchos de ellos internos, familiares y personales, que por cierto se mantienen
en ese ámbito, pero otros (la mayoría) también de un carácter institucional y, por qué no,
burocráticos.
Me refiero, aquí, a los graves problemas de conectividad que a diario sufren nuestros adultos
mayores; al nulo desarrollo de los sectores rurales más apartados de la ciudad; a la escasez de
áreas verdes y lugares de esparcimiento no sólo en el centro de Rancagua, sino que también en las
zonas periféricas; a la falta de oportunidades laborales; a la -cada vez mayor- existencia de
microbasurales y contaminación en espacios públicos; y a la falta de seguridad en nuestros propios
barrios y hogares.
Probablemente, hace 209 años, cuando nuestro país luchaba por su independencia, también
existían -en su propio contexto- graves problemas en materia de seguridad o conectividad, lo que
nos reafirma que no se trata de un tema de plazos o de recursos, sino que exclusivamente de
voluntad.
El principal espacio público de Rancagua, corazón de nuestra ciudad y lugar de encuentro de todos
los habitantes, como es la Plaza de los Héroes, no se encuentra con sus monumentos dañados y
edificios a maltraer producto de la falta de tiempo o de recursos. La inseguridad que viven los
comerciantes y locatarios, lo que los obliga a cerrar cada vez más temprano, viendo mermados sus
ingresos económicos, tampoco se debe a la escasez de recursos. Para qué mencionar las calles
intransitables que tenemos, el retraso que han sufrido las obras en la ruta H-10 y H-210, y el
proyecto de mejoramiento del eje vial República de Chile-Escrivá de Balaguer, entre Rancagua y
Machalí, que sigue durmiendo el sueño de los justos hasta que alguna autoridad se digne a
hacerse cargo.
¿No será, entonces, la falta de voluntad -de quienes están a cargo- lo que mantiene a los
rancagüinos batallando a diario, y no la falta de tiempo o de recursos, como suelen argumentar los
incumbentes?
La respuesta es clara, y mientras los liderazgos no están a la altura de las necesidades de nuestros
habitantes, difícilmente podremos ganar una batalla que, lamentablemente, se ha ido perdiendo.
Rancagua no merece perder su carácter de capital regional que todos le reconocen. Rancagua se
merece un desarrollo urbano inclusivo, integral y sustentable, donde sus habitantes puedan
caminar y desplazarse libremente sin temor a ser víctimas de la delincuencia, donde los jóvenes
tengan las oportunidades para trabajar en la ciudad en la que nacieron y no deban emigrar a otras
regiones, y donde los adultos mayores se sientan partícipes del quehacer ciudadano.
En definitiva, una ciudad acorde a los estándares actuales y que sea capaz de mejorar la calidad de
vida de sus habitantes, sin la permanente excusa de sus autoridades sobre la falta de tiempo o de
recursos. No permitamos que los rancagüinos pierdan su batalla.
Natalia Romero
Diputada