No hay sólo “angelitos”, o personas fallecidas a corta edad.
Tampoco son cientos, sino miles, las personas que están sepultadas en el cementerio de Agua Dulce, en Sewell, actual Patrimonio de la Humanidad.
En los faldeos de la cordillera de Los Andes, descansan, en absoluto abandono, 2. 706 restos de quienes fueron parte del ex campamento minero.
Las conclusiones y datos son producto de una reciente investigación, en la que participaron el vicario del Sagrario y antropólogo, Hugo Yáñez; el presidente de la Corporación Patrimonio de Sewell, Eugenio López y el ex trabajador de El Teniente, José Abarca.
Fue este último quien visibilizó, el año 2008, la existencia de este campo santo, ubicado a 2.140 metros de altura, y sobre el cual poco o nada se sabía.
Tras subir al lugar y tomar algunas fotografías, decidió hacer público el tema, a través de las páginas de este medio.
Consiguió que las autoridades mineras instalaran una cruz de 10 metros, marcando la ubicación del panteón. Luego logró que se realizara una ceremonia- en la Plaza Morgan del campamento minero-, para realzar la existencia de la necrópolis. Concurrieron 600 personas.
En esa oportunidad, y desde la distancia, el sacerdote a cargo de la ceremonia bendijo la instalación cristiana, fabricada en la maestranza de Sewell.
Sin embargo, ni la cruz ni ceremonia lograron amainar el abandono de tan doliente sitio de “ La Ciudad de las Escaleras”.
Aún queda por registrar Período de 1905 a 1916
Tuvieron que pasar 14 años para que Eugenio López y el curita Yáñez, quisieran saber más sobre uno de los camposantos más agrestes del país.
El padre Hugo cuenta que le escribieron al director del Registro Civil Regional, pidiéndole que “nos permitiera acceder a los registros de las personas muertas en Sewell y específicamente de los sepultado en el cementerio de Agua Dulce”.
La respuesta de autorización tenía la firma del director nacional del Registro Civil e Identificaciones.
Se trasladaron hasta el Registro Civil de Machalí. Revisaron allí los libros de defunciones de 1918 a 1972.
Los datos iniciales hablaban de un máximo de 500 enterrados. Por lo demás, la información existente solo se refería a nonatos y “angelitos”.
“En los 78 libros que registramos, encontramos 2.706. Muchos más de los que pensábamos. También había adultos. El primer fallecido, Manuel Palacios, tenía 20 años y había muerto el 13 de noviembre de 1918, de una neumonía”, especifica Hugo Yáñez. El último sepultado tiene fecha 28 de febrero de 1982, y corresponde a alguien de sexo femenino.
López especifica que de la totalidad, 1.511 son hombres y 1.187 mujeres. Aparecen otros registrados como NN.
Lo más sorprendente de la investigación, remarca, “es que siempre se habló de que era un cementerio de nonatos, en consecuencia que los registros reconocen fallecidos de 1 mes y hasta 56 años”.
Adelantan que los números podrían aumentar, porque aún queda por revisar los libros del año 1.905 al 1.916. Los tomo están Santiago, en proceso de restauración. “Por eso, pensamos que los sepultados en Sewell podrían llegar a los 3.000”, augura López.
Un memorial en la cordillera
Lograda la identificación de las personas, sus edades, el nombre de sus padres, fecha de sepultación y otros, la idea es legalizar este cementerio, a fin de que esté protegido de intervenciones.
Solicitarán la instalación de un Memorial en donde “la gente vaya a recordar”, expresa el padre Hugo.
“En algún momento, hay que hacer un reconocimiento a la identidad de los niños, puesto que tenemos sus nombres y sus apellidos. Esto lo digo como hombre de iglesia; pero también a manera personal, porque yo nací en Sewell y tengo allí a mis hermanos gemelos”.
Pedirán al municipio de Machalí que se involucre en la iniciativa de resguardar el terreno y que “lo declare bien municipal”. Lo mismo tramitarán ante el Estado de Chile, a través de los organismos ambientales.
EL ORIGEN
José Abarca recuerda cómo se enteró e interesó en la existencia del cementerio de Sewell.
Leyó en la sección “Pluma Libre” del Semario El Teniente que “un señor relataba que, en medio de la nevazón y el viento vio, por la ventana de su casa, a un matrimonio que llevaba un ataúd al hombro”-
La historia lo inquietó y lo llevó a preguntar por la ubicación del panteón. “Sentí, por esas cosas de Dios, que debía cumplir la misión de dar con el cementerio”.
Lo logró. También que el gerente de la época, Rubén Alvarado, lo autorizara a visitar el sitio. Se encontró con tumbas abandonadas y cruces tapadas por rodados de piedras. Sacó fotos y consiguió que 15 buses trasladaran a 600 ex sewellinos que rindieran un homenaje a los enterrados en el cementerio, el año 2010.
“Ahora mi propósito es que se coloque una placa con el nombre de todas las personas que están en el cementerio”, concluye Abarca.